Ha causado considerable zozobra y pavor entre los comentaristas de todo pelaje la reciente decisión de Rodríguez Zapatero y Rajoy de nombrar una jefatura de la justicia integrada por gente del servicio. No entiendo a qué viene tanto recelo. ¿Habría de ser neutra la justicia en un país que ha politizado hasta el último átomo de la vida pública y privada? Uno de los rasgos más notables de los españoles es que solo ven el mundo políticamente, es decir, según lo manda el Jefe. Ni en Francia, ni en Gran Bretaña, ni siquiera en Italia, se pasa todo el santo día la gente riñendo de política y tomando partido a gritos.

El deporte está perfectamente politizado y los patriotas de uno u otro equipo acuden a insultarse con sus banderas separatistas o nacionales en ristre. En Catalunya pisaban huevos cada vez que los medios del régimen tenían que nombrar a España en Pekín.

La gastronomía está politizada: o eres de unos o de otros, y si no, que se lo digan al pobre Carlos Arguiñano, de quien corren historias atroces sobre su relación con Iñaki de Juana Chaos.

La religión no puede estar más politizada. Los católicos del país, pastoreados por su sanedrín, no creen en Dios, sino en la obstetricia. ¿Y los medios de persuasión: las teles, las radios, los periódicos? ¿No están politizados? Hasta el punto de que la mayoría han sido sencillamente comprados por los poderes públicos.

¿Y la vestimenta? Esta semana, un grupo de fascistas de derechas le clavaban un punzón a un fascista de izquierdas. Lo divisaron por su manera de vestir. ¡No hablemos de la enseñanza! Quizá no haya sector más politizado en España. A los niños solo se les explica lo que es bueno para las autoridades de la aldea.

Y así sucesivamente. Yo no creo que quede ni un rinconcito de nuestras vidas en donde escapemos a la casta sacerdotal. Gregarios, caudillistas y patriotas de nuestro dueño, así somos. No se libra ni el sexo. ¡Tener que ponerle un ministerio a esa función! ¡Nombrar una ministra de las partes! Y encima lo llaman de la igualdad. Que no de la libertad, o de la fraternidad, evidentemente.