Periodista y guionista de ´El efecto Iguazú´

Es duro constatar que vivimos un tiempo que nos aboca, irremediablemente, al pensamiento único. Blanco o negro, conmigo o contra mí. Y el que se arriesga a utilizar los grises, verdes o naranjas para descifrar la realidad, enseguida es tildado de sospechoso. Lo comprobamos hace muy poco. Cuando manifestarse en contra de la guerra de Irak significaba apoyar la dictadura de Sadam Husein y, ahora mismo, si uno afirma que todos los presos deben tener derecho a estudios universitarios, no es extraño que pase a engrosar las listas de los defensores del terrorismo etarra.

Algo parecido les ha ocurrido a los trabajadores de Sintel que, en sólo unas horas, el Primero de Mayo, pasaron de héroes a diablos. El lamentable golpe que un solo trabajador le propinó al secretario general de CCOO, José María Fidalgo, ha cambiado radicalmente la imagen de este colectivo que el 29 de enero del 2001 decidió acampar en el paseo de la Castellana de Madrid. Una iniciativa sorprendente para denunciar el fraude cometido en su empresa, procedente del sector público, mal vendida, llevada a la quiebra por distintos testaferros y desangrada, finalmente, en paraísos fiscales.

Entonces, esos 1.800 trabajadores consiguieron que su lucha pacífica y constante arrancara un gran movimiento de solidaridad entre los madrileños y ciudadanos de todo el país. Ayuntamientos, asociaciones de vecinos, intelectuales, artistas, políticos, sindicalistas, fabricantes de pan e incluso empresas de alimentación colaboraron activamente en la supervivencia del llamado Campamento de la Esperanza. Fueron 187 días con sus correspondientes noches de convivencia colectiva, separados de las familias. No hubo un solo acto violento y, finalmente, el 4 de agosto del 2001, los trabajadores decidieron regresar a sus casas tras la firma de unos acuerdos entre el Gobierno, Telefónica y las direcciones sindicales de CCOO y UGT. El pacto aseguraba el pago de las nóminas atrasadas, la prejubilación de 470 trabajadores mayores de 50 años y la recolocación de los restantes en el sector.

¿Qué ha pasado después? Dos años más tarde, la Asociación de Trabajadores de Sintel, creada legalmente para supervisar el cumplimiento de los acuerdos, asegura que el importante apartado de las recolocaciones no se ha cumplido, que 1.200 trabajadores siguen en la calle y que únicamente algunos de ellos han recibido, a título personal, la solicitud de un currículo por parte de diversas empresas.

Cuando el conflicto estaba prácticamente olvidado, en vísperas del Primero de Mayo, decidieron volver a actuar y lanzarse a las carreteras nacionales, marchando a pie y en paz durante ocho días para dejar constancia de su situación.

Los abucheos y el golpe de palo a Fidalgo, producido sin duda por los nervios y la desesperación, han borrado de cuajo la historia de una lucha ejemplar que, dentro de un tiempo, ya todos más calmados, deberá ser analizada como una rebelión singular frente a los efectos más nocivos de la globalización.

Como guionista de la película El efecto Iguazú , que durante tres meses siguió la vida cotidiana del campamento, debo constatar que los trabajadores de Sintel no son ni héroes ni diablos. Son simplemente trabajadores que hace 25 años entraron ilusionados a formar parte de una empresa que ha renovado las instalaciones telefónicas de gran parte de nuestro país. Durante el rodaje, ingenieros, operarios, oficinistas, nos hablaron con entusiasmo de su vida profesional y de su compromiso con los sindicatos, y también expresaron su decepción al ser expulsados en masa, y en la cincuentena, del mercado laboral.

La persistencia de su lucha y el empeño que han puesto en recuperar la empresa ha acabado recibiendo la calificación de iluminada y gansteril . Quizá los de Sintel son sólo unos soñadores que siguen creyendo en utopías de otro mundo, más justo e igualitario. Probablemente, sus dirigentes han evaluado mal su capacidad para controlar la situación de tensión. Pero eso no merece lanzarlos, de repente, al agujero negro donde se reúnen los olvidados.

La rebelión de Sintel debería abrir un interesante debate sobre el modelo económico en el que vivimos (contratos precarios, empleos eventuales) y cuánta distancia hay entre los despachos sindicales y los domicilios de las gentes que viven, en su propia piel, los despidos, los desahucios y el paro. Grandes cuestiones que afectan a miles de personas y que no se resolverán a golpe de expedientes sindicales.

La mediación serena entre las partes es el único arma que queda para afrontar historias como las de Sintel.