Las políticas sumisas al sector financiero provocaron hambre en el sur, lo que también llaman el tercer mundo. Nuestros políticos acallaron las desgracias y sacaron tajada de las guerras. Ojos que no ven, corazón que no siente , pensaron muchos.

Después, las grandes multinacionales decidieron multiplicar sus beneficios. Para ello, era necesario llevarse las fábricas del norte, ya que sus empleados exigían unas cotas de protección que disminuían ligeramente sus opulentos beneficios. Miles de obreros se quedaron sin empleo, abandonados por políticos de grandes palabras y sindicatos obsoletos. La mayoría mostró indiferencia: "¡Si no trabajan es porque no quieren!".

Pero estalló la crisis financiera, provocada por una serie de instituciones que basan su modelo productivo en la especulación de capitales virtuales. Las personas comenzaron a ser números. Algunos ahorradores vieron como su dinero se perdía en transacciones realizadas a miles de kilómetros. Otros, impunes ante leyes acomodaticias, aprovecharon para incrementar sus orondos beneficios, bajar salarios y pedir más horas. "Si no quieres trabajar por mucho menos dinero, me buscaré a otro, sois cinco millones de parados, seguro que alguno acepta".

Las víctimas empezaron a aumentar. Miles de jóvenes, con una preparación ejemplar, colmaron las listas de desempleados o explotados. Pero todavía, muchos decían: "Así están las cosas". Esta situación comenzó a desestabilizar familias, que veían desesperadas como sus hijos se empotraban a diario frente a puertas cerradas.

Un nuevo toque de atención del mercado recordó a nuestros políticos que había que apretar el cinturón a la población, amenazando que en caso contrario las entidades económicas mundiales acusarían al país de pobre, lo que en términos geográficos significa un borrón en el mapa. Ante la tesitura de subir impuestos a los grandes beneficiados y aplicar una estricta normativa de austeridad política, nuestros representantes decidieron aumentar la edad de jubilación, congelar las pensiones y bajar el sueldo a los empleados públicos. Uno tras otro fuimos cayendo. Primero fueron a por los pobres, luego a por los obreros no cualificados, después a por los jóvenes, y terminaron con los jubilados, trabajadores, autónomos y funcionarios. Toda la población, salvo ellos, la casta política y las élites financieras. Ha llegado la hora.