La foto-portada de Fernando Simón a grupas de una moto y con canónica «chupa» va a traer cola. Es inevitable pensar que él ya era consciente y que la repercusión le tiene sin cuidado, o cuando menos no le importa demasiado. Hace gala en sus retransmitidas ruedas de prensa de un desparpajo y una falta de complejos ante las preguntas que no cabe sino pensar que no hay pose. Demasiada naturalidad para que sea impostado o calculado. Distinto es que, claro, a estas alturas se le escape su condición de «icono» o representación gubernamental de la gestión sanitaria de la pandemia. Y de lo que esto significa.

Simón es un santo. Guay, Cool. Simón es el demonio. Fraude, cómplice. Mientras algunos, aun laicos, buscan canonizarle en vida mediante premios e imágenes en camisetas, otros trabajan con furia para verlo en un banquillo, como un auto de fe por el que exorcizar miedos y obsesiones. Si miran detenidamente notarán que nada de eso define al personaje (menos a la persona). Sólo habla de los que mueven y promueven. Es una defensa de argumentos propios por interposición de un tercero. En España, ahora mismo, Simón es un claro síntoma de la enfermedad de división que algunos propagan con virulencia. E interés, por supuesto.

Porque Simón no divide. Eso ya existía; ahora únicamente se generaliza mediante cual tema que sea, mínimamente, susceptible de controversia. Simón es uno, solo eso: un nuevo campo de juego en el que atizar al contrario. La motivación del que le señala es la misma por la que muchos salen a su defensa sin duda ninguna. Con vehemencia y sentido de pertenencia. Con entusiasmo. Lógico, se están defendiendo a ellos mismos.

En realidad, nada de esto importa. O no debiera. Es un debate fútil y banal sobre el que debiéramos meditar, sobre todo, dónde y cómo empieza. Todo lo que gira en torno al personaje está teñido de ideología lo que coloca la emoción como primer sentido en el análisis de su labor. Ocurre que los hechos son menos caprichosos

Simón comete un error garrafal en el diagnóstico. No sabemos si por afán de no generar pánico o por una verdadera minusvaloración del riesgo ante lo que venía. Siendo relevante, sería perdonable porque la sensación de desborde provocado por el virus a los gestores sanitarios y organismos ha sido continuada casi a nivel mundial. La falta de confianza, mal común (ya saben). Una simple disculpa y una gestión fiable hubieran bastado para salvarguardar su (delicada) posición.

Sin embargo, tanto su posición previa al 8-M en reuniones públicas como sus propias declaraciones previas a la cita no han sido ni coherentes entre sí mismas ni con lo que pregonó como posición gubernamental públicamente. Sus razones son solo suyas, pero ahí es complicado no advertir injerencia política.

Aquellos que defienden, algo infantilmente, su currículo olvidan que no se le mide por su pasado sino por su gestión en el cargo. En todo caso, un perfil brillante (y no me cabe duda de que Simón lo es) te debe servir para llegar a la silla, no es garantía de mantenimiento. Ni que des la talla.

No se trata de culpar a Simón por las muertes, por la llegada de la pandemia o por el manejo de la crisis en todo el país. Es reduccionista y maniqueo. Pero sí está en su debe la contumacia en defender su error. Y en no guardar en muchas ocasiones el debido respeto a la impresionante cifra de fallecidos y afectados. Con panoramas muchos menos lóbregos, muchos cargos públicos han dimitido o han sido apartados en países de nuestro entorno. En absoluto digo que ese hubiera debido ser su destino. Pero ahí está la foto.

No, no se nos escapa la forma de reivindicación que expresa la propia foto. Bien o mal asesorado, es tan consciente como lo era Ayuso de lo que significa, ahora, una imagen. Parece evidente que Simón vive en una cruzada propia de la que no está dispuesto a bajarse, quizá porque intuye la fragilidad unos apoyos políticos que tienen poco de soporte duradero.

La foto es sólo otro síntoma. Porque podemos pensar que sobra. Para mí lo hace. Es un ejercicio innecesario de frivolidad no acorde a un puesto que exige un comportamiento institucional sin posibilidad de pausa. Al menos, en público. Así que será una muestra de descomposición. De un sálvese quien pueda.

*Abogado. Especialista en finanzas.