TAtsí viven mis amigos Rosa y Juan, que tiene una rara dolencia de corazón que le hace ir cuando menos lo espera y a las horas más intempestivas camino de la residencia sanitaria, donde le colocan unas ventosas en el pecho y lo enchufan a un monitor para tratar de calmar el desorden de su corazón. Así lleva desde no sé cuántos meses. Esto sería lo natural si no fuera porque, tras salir una de las veces, notara como un chasquido en su columna vertebral, que definitivamente lo aparcó en la planta quinta con un dolor de lumbalgia que le impedía trasladarse apenas al baño y poco más. Al final un estafilococo (no me hagan mucho caso) se le había aposentado en la décima lumbar y allí sentó sus reales dejando su apoyo en un hilo que ha remitido a base de antibióticos a todo pasto. Mi amigo Juan, durante los cuarenta día que lleva, el corazón parecía ya embridado, pero al volver lentamente a la vida, de nuevo Rosa lo tiene que llevar a urgencias, donde además de vivir esta durísima experiencia, tienen que vivir las de los cincuenta más que están en vigilancia intensiva, donde se ven todo tipo de escenas. Ayer, un hombre lleno de cables y de tubos sobre una cama hablaba solo que no podía más. Y sin encomendarse a nadie, se levantó, arrojó los tubos y cables desapareciendo ante la mirada sobrecogida de mis amigos. Otro al lado de ellos, está con una neumonía, y más allá, la mujer de otro lleva 48 horas sentada mirando a su marido con un gotero. El marido la mira con ternura y le dice:

--¿Te quieres acostar un rato?

--¿Y tú?

--No te importe.

Y le deja la cama y él se sienta en la silla.

Rosa, mientras mira a Juan, recuerda a santa Teresa por lo de vivo sin vivir en mí...

*Escritor