En La Sirena varada (1934) obra teatral de Alejandro Casona, un grupo de personajes pretende huir de una realidad decepcionante creándose un refugio en el que inventar una nueva vida, regida solo por el poder de su imaginación. Héroes del Silencio (de los pocos grupos españoles de rock dignos de ese nombre) se basó en esa obra para una canción del mismo título, en la que defiende fantasía frente al pedestre sentido común. A veces imagino que Extremadura, lejos del mar, sin costa, al contrario que el vecino Portugal del que es prolongación, es una sirena varada, encallada, parada en el tiempo, al margen de las transformaciones que se han ido desarrollando en el resto del país: sin aumentar de población, sin industrializarse, sin alta velocidad ni vuelos internacionales, sin apenas inmigración y a cambio la emigración de sus jóvenes.

Quizás en esa imagen haya influido que el escudo de mi pueblo, Villanueva de la Serena, sea una sirena, pues según una leyenda, una bella sirena moraba en las mansas aguas del río Guadiana, con ojos verdes, larga cabellera castaña, tez blanca y brillantes escamas, además de una melodiosa voz con la que atraía a los incautos campesinos y pescadores que terminaban ahogados en el río. Pero más habrá influido comprobar cómo, a la hora de la verdad, casi nadie cree en un proyecto común para esta tierra y casi todos se conforman con formar su coto privado y medrar lo más posible.

Dos semanas después, seguimos perplejos con la decisión de la Junta de suprimir 302 plazas docentes para el próximo curso, 37 en primaria y 265 en secundaria (al principio se habló de 540 plazas). Justo cuando se está hablando, ante la posibilidad de un rebrote en otoño, de aulas con un máximo de 20 alumnos, y en una de las comunidades con menor gasto educativo. Cuando, comentándolo con un compañero, le mostré mi desconcierto porque una medida así la vaya a tomar un gobierno de izquierdas, él replicó: «Pues imagínate lo que harían los otros». En esas estamos en Extremadura: si durante los años de Rodríguez Ibarra había un cierto empuje modernizador (recuerdo al Toni, aquel compañero de piso salmantino, que decía que «ya nos gustaría un Ibarra en Castilla y León»), ahora estamos en el cansino trantrán del estancamiento: estancados en el millón de habitantes, con cuatro empresillas y la administración de la Junta como máximo patrón.

Que en Extremadura muchos jóvenes obtienen una sobrecualificación que emplean luego en otras regiones, es algo evidente, aunque lo mismo ocurre en la mayor parte de la España interior. Que a cambio la infracualificación equivale a paro y precariedad de por vida, está más claro aún, y la realidad, obvia para cualquier profesor, es que, a mayor ratio de alumnos, más aún en primaria y secundaria, la calidad de la enseñanza disminuye. Por otra parte, lo más triste es que, como dijera en su blog Marco Antonio Núñez, profesor de secundaria, semejante medida demuestra una «total falta de confianza en el sistema educativo como principal motor de prosperidad y bienestar».

Descorazonador resulta el insulto que este recorte supone para tantos profesionales de la enseñanza: tantos maestros y profesores interinos, que muchas veces son los más motivados e innovadores, en una vida que implica no pocos sacrificios, desde los muchos kilómetros de carretera que hacen a diario a los malabarismos para la conciliación familiar, todos ellos despreciados para ahorrar algo de presupuesto, cuando, después de sanidad, la partida de educación debería ser la más intocable.

Recuerdo a aquel empresario al que oí una vez decir que «con los jóvenes hay que estar con una vara encima». Entre la vara de la derecha y el Vara supuestamente de izquierdas, Extremadura seguirá siendo una hermosa sirena varada.

*Escritor.