Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Cuando la actualidad se prolonga mucho se convierte en circunstancia, y esto de la guerra de Irak es ya pura circunstancia cotidiana que eclipsa cualquier problema.

Desde luego que esta cuestión se ha convertido en la cuestión universal, jalón de la historia que no sabemos si acabará en hito o no, como tampoco podemos saber aún qué se entierra o se pretende enterrar o qué nuevo orden acabará consolidándose. Y ya es más que conocido por la opinión pública la torpeza y soledad del Gobierno, el enigma de Aznar, la vocación imperialista de Bush o la no menos enigmática maldad de Sadam Hussein. Pero al convertirse este asunto en circunstancia, y como tal prolongarse en el tiempo, convendría no olvidar otros asuntos, más modestos, próximos y domésticos, pero que inciden en nuestra parcela territorial de una manera decisiva.

Y a este respecto no resultan baladíes, ni mucho menos, los comentarios hechos por el presidente extremeño, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, respecto al sobrepeso que los partidos nacionalistas tienen en el actual sistema electoral español. Comentarios en los que se trasluce más el dolor por la deslealtad de algunos nacionalismos que cualquier otra cuestión.

El mensaje de fondo del presidente extremeño de que los nacionalismos están sobrevalorados, es una verdad evidente. Otro debate distinto es si es oportuno o no que así sea.

En cifras, en las elecciones del 2000 Izquierda Unida obtuvo 1.263.043 votos, correspondiéndoles 8 escaños en el Congreso de los Diputados; Convergencia i Unió obtuvo 970.421 votos, correspondiéndole 15 escaños en el Congreso; el Partido Nacionalista Vasco y coaligados 353.953 votos, correspondiéndoles 7 escaños. La elocuencia de las cifras es apabullante.

El sistema electoral es la clave mayor de un régimen democrático, y en este campo encontramos de todo, pero en cualquier caso la base es siempre un ciudadano un voto, pero este lema no es una regla aritmética, es una filosofía profunda que se traduce en que todas las opiniones que alcancen unos mínimos porcentajes deben estar representados en los órganos legislativos con el peso que éstas tienen en la sociedad. Y parece lógico que los que suponen el 5% del conjunto del Estado tengan más representantes que los que tienen el 4%. Es cierto que no son sólo los nacionalistas los que se benefician de nuestro sistema electoral y que también en otros territorios se dan paradojas semejantes, pero no es menos cierto que quienes políticamente han sacado y sacan beneficio del actual sistema son los partidos nacionalistas, que con unos porcentajes del 4,25% de Convergencia i Unió y del 1,55% del PNV les han permitido otorgar mayorías parlamentarias tanto a socialistas como a populares, que nunca han salido gratis al conjunto del Estado. Pedir lealtad constitucional a los nacionalistas cuando la generosidad ha sido tanta con ellos, y ahí está nuestro sistema electoral para probarlo, no es mucho pedir. Así que el rasgarse las vestiduras de tirios y algún troyano por las declaraciones del presidente extremeño, amén de desproporcionadas, son francamente injustas.

Me pregunto, en la nada descabellada hipótesis de la necesidad de contar con los nacionalistas para consolidar una mayoría estable para formar gobierno, ¿qué nuevas concesiones se pueden ofrecer?, porque la necesidad ha obligado a dar tantas que hay que ser muy imaginativo para pensar en las nuevas. Lo de conseller de Asuntos Exteriores me imagino que no; lo del Estado Asociado pienso que tampoco. La defensa de la diversidad de España es una obligación incuestionable; la de su unidad también. La legitimidad para hacerlo está en la filosofía profunda de un ciudadano un voto.