WLw a situación económica mundial, afectada por más problemas que los de la deuda pública europea aunque este sea el que con mayor preocupación es percibido por los ciudadanos, ha generado tal desconfianza que desde el viernes pasado los mercados financieros no han dejado de emitir señales de alarma. La economía crece menos de lo esperado, Estados Unidos no consigue superar el límite legal de su endeudamiento, China podría tener problemas y en Europa los temores no solo no se disipan, sino que aparecen nuevos y con nuevos protagonistas.

Con ese panorama de fondo, dos agencias de calificación, Standar & Poor´s y Moody´s avisaron

--advirtieron-- la semana pasada al Gobierno italiano de que le revisarán la nota a la baja. A partir de ese momento, los inversores huyeron de la deuda italiana, y por el efecto rebote también de la española, que va recogiendo los efectos negativos de situaciones de las que no es responsable, hasta el punto de que ayer sus diferenciales con respecto al bono alemán marcaron récords desde la creación del euro. Los especuladores también han hecho su aparición, como denuncian las autoridades italianas, a las que las agencias de rating visitan coincidiendo con otro periodo de inestabilidad política.

Parece que en esta ocasión tanto los ataques especulativos como la reacción natural de temor de los inversores pueden tener más consecuencias que las de los vendavales del año pasado, cuando se arbitró el primer rescate de Grecia y la Europa periférica tembló. El dinero se refugia en el bono alemán y huye de otras deudas públicas, pero no solo de las que están en el ojo del huracán. La casi paridad entre las emisiones alemanas --que son la referencia mundial-- y francesas se rompió ayer hasta situarse en 70 puntos a favor de las primeras. Nada en comparación con los 339 que marcó la española, pero indicativo de que nadie, ni siquiera una economía como la francesa, está a salvo de una crisis sistémica.

Mientras tanto, la Unión Europea, lejos de encontrar una respuesta común para reconducir el problema que persiste en presentar Grecia, -- y que es la teórica piedra de toque para llevar la tranquilidad a los mercados y devolver la confianza--, está en un callejón sin salida aparente. Alemania y Holanda quieren que los bancos participen en los costes del segundo rescate griego para que no todo salga del dinero de los contribuyentes, --muy reacios en sus respectivas naciones--, mientras que el Banco Central Europeo (BCE) y el resto de la UE temen que esa solución provoque una respuesta negativa de las agencias de rating que complique aún más las cosas.