WLwa nueva oleada de violencia tribal en Irak, tras la destrucción de un santuario en Samarra, es una prueba fehaciente de la guerra civil larvada entre la mayoría shií, que hasta ahora contaba con el respaldo norteamericano, y la minoría suní, que se siente preterida desde la entrada de las tropas ocupantes angloamericanas. Ahora se ve más claro el error de disolver el ejército de Sadam, que hubiera sido útil para salvar al país de la balcanización y del choque intercomunitario. Las tropas de ocupación, además, han sido pasivas ante estos brotes de violencia entre comunidades.

Bush ha fracasado en su pretensión ideológica de extender la democracia en el Oriente Próximo. El empuje del islamismo radical, el poder de las milicias y el sectarismo de los políticos locales han dejado para el arrastre el proyecto de Irak como un país plural.

Sólo la fijación de una fecha para la retirada de las tropas extranjeras (no más allá del 2007), por osada que parezca, responsabilizará a los iraquís de su destino y redimirá a EEUU de la sospecha de que no pretende otra cosa que mantener bases para vigilar el petróleo. Pero mantener la unidad de Irak entre shiís, sunís y kurdos es, hoy por hoy, una posibilidad aún muy remota.