Están en otra onda, no saben de qué y cómo va la crisis que nos lleva de cabeza. Sus mejores amigos para pasar las crudas noches tal vez sean un cartón de vino y su inseparable pareja, la caja de cartón, aunque a esta última la cambian según las inclemencias del tiempo. No hacen ruido sino para toser, ni molestan; solo dormitan en ese mundo al que han ido a parar tal vez por un desengaño amoroso, una adicción al juego, el alcohol o a no poder hacer frente a la hipoteca de la casa. Tantas y tantas cosas... Pero están ahí, noche tras noche. Para ellos no hay amparo.

Si el pocero bueno cediera una nave con literas, mesas, sillas y aseos y un poco de calor, sería suficiente para dar cobijo a los indigentes. Estamos en óptima disposición para llevar ayuda a personas que tienen algo tan importante como el calor humano, pero no a los que lo necesitan de verdad. Con raciocinio por parte de quienes administran las ayudas, habría para todos. Qué pena de tantas iglesias vacías de fieles desencantados al comprobar en qué se ha convertido la doctrina de Jesús. Seguro que Jesús los ubicaría en esas iglesias, cuyos tesoros darían para que los sin techo vivieran dignamente. Qué falta de caridad, Dios mío, qué falsedad. En estas fechas en que se abren los mercadillos --regidos en su mayoría por gente sobradamente favorecida--, no hay ninguna referencia a nuestros semejantes que se mueren en la calle peor que los perros; los perros de los sobradamente favorecidos viven mejor que ellos. ¿Nos da vergüenza reconocer que existen? Son seres humanos como ustedes y como yo.

M. Victoria Leyte de Dios **

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