Pertenezco a la generación que ha sobrevivido a tres de las transiciones que han dado a luz a la nueva sociedad española, la sociedad de la posmodernidad.

La primera de ellas gira en torno al lugar común de la transición . Fuimos educados en el franquismo, cantábamos el Cara al sol casi a diario en la escuela. La pertenencia a la OJE (Organización Juvenil Española), en las zonas rurales era prescripción obligatoria para la buena socialización. Acudíamos a los campamentos y, recuerdo realizar la instrucción paramilitar en mi casa, con mi hermano, hasta varios meses después de la quincena campamental. Tuvimos la percepción y el coraje de aborrecer todo ese mundo cuando aún pertenecíamos a él. Aceptamos, hasta hacer nuestra, la nueva ideología democrática, abierta y plural que flotaba en el ambiente de la Extremadura rural. Hoy me dicen, tengo los ramalazos de un pequeño burgués y tics autoritarios, pese a que milito desde hace años en partidos de izquierda y en CCOO desde los 23 años. Hay contradicciones que aún no he salvado, como la de asomarme a ver cosas tan indigestas como El gato al agua , tan solo por observar, como reverdecen los laureles tardo franquistas , latentes en nuestra sociedad desde siempre.

XLA SEGUNDAx transición a la que sobrevivimos es la generacional. Frente al patriarcalismo asfixiante, las influencias ambientales de los setenta nos impulsaban hacia la igualdad de género. Frente a la heterosexualidad oficial, estábamos abiertos a la bisexualidad. Frente al militarismo abrazamos el antimiltarismo y la objeción de conciencia. Frente al cachete y las metralletas de juguete, propugnamos la educación para la paz y la noviolencia. Organizábamos por Navidades campañas contra el juguete bélico con jornadas pedagógicas en los barrios de Cáceres o de Plasencia, ante la indiferencia o el recelo de las autoridades. Fuera de casa la vida transcurría entre la contención y la anarquía; pero dentro, los patrones tradicionales se resistían (por así decirlo) a disolverse y las chispas eran metralla cada dos por tres. Nuestra generación se emancipó pronto, no porque tuviésemos más posibilidades laborales, ni porque el acceso a la vivienda fuese más fácil que lo es ahora; sino por la insoportable contradicción que teníamos que gestionar a diario.

La tercera transición fue espiritual. La crisis del catolicismo español nos estalló en las manos. El resultado a la larga es que muchos de nosotros, aún creyentes, deambulamos, sin abrigo, con nuestra maltrecha espiritualidad, sin saber para qué sirven las respuestas que aquellos bien intencionados curas-consiliarios progres nos dieron. Permanece en nuestra estantería La nueva ética sexual de Benjamín Forcano , y los libros de Jon Sobrino o Ignacio Ellacuría que nos regalábamos por los cumpleaños. Al parecer nada de esa teología sirve ya. Militamos en la HOAC y abrazamos enardecidos la opción de clases , el compromiso con los marginados, que vivíamos de forma absolutamente experiencial. Sin entender por qué, fuimos poco a poco desalojados de nuestra discreta militancia, que por pudor católico nunca debíamos hacer demasiado ostensible, porque la evangelización, que de eso se trataba, se hacía en los centros de trabajo, siendo uno más y sin más.

Los que sobrevivimos a las transiciones lo hacemos entre contradicciones, en ocasiones perplejos ante lo que acontece y sus protagonistas. Con el paso cambiado o las respuestas aprendidas, pero presuntamente equivocadas. Atentos a una realidad que diagnosticamos a diario, por eso seguimos alucinados con cierta poesía, evanescente y real, como la contenida en los últimos discos de Dylan . Nos vemos, interpretados y acogidos en la Casa de Misericordia de Margarit, que por fin ocupa su lugar en la mesilla de noche, junto Gelman y Gamoneda .

La lucha de los contrarios de los setenta, nos vacunó contra todas las crisis. Nuestra mayor conquista no es sólo el escepticismo crítico que nos hace en cierto modo ingobernables, sino la fortaleza de los quienes afrontan a diario el reto de reformularse, porque nunca se nos dio todo hecho, ni terminado, ni regalado, como sí les ha sucedido a las generaciones posteriores.