La caída de Matteo Renzi arrastrado por el rotundo no en el referéndum constitucional italiano es un nuevo revés a la socialdemocracia en la UE, que se confirmará con mucha probabilidad en las elecciones presidenciales francesas. Si Manuel Valls o el candidato socialista que resulte elegido no supera la primera vuelta, la segunda y tercera economías de la eurozona estarán más aún a merced de las consignas de austeridad a ultranza que proceden de Alemania. El Gobierno de Berlín, apoyado por Holanda y otros países del norte, ha impedido incluso el giro que la Comisión Europea había iniciado al flexibilizar la política de austeridad con un plan inversor que quedará seguramente en nada.

La cancillera alemana no cede en una política económica que acentúa las desigualdades y frena el crecimiento, pero sería injusto atribuir a Angela Merkel todos los males que sufre Europa. En algunos casos, como la acogida de refugiados o la advertencia que lanzó a Donald Trump al felicitarlo por su triunfo, ha sido la única que ha mantenido la dignidad.

Sin embargo, Merkel se ha visto obligada por su propio partido y por sus aliados más derechistas a rectificar hacia una mayor rigidez en la acogida de refugiados por temor al crecimiento del partido xenófobo Alternativa para Alemania.

Esta marcha atrás es un ejemplo de lo que le ocurre también a la socialdemocracia europea. Ni la derecha clásica ni el socialismo democrático saben hallar la fórmula para combatir a los populismos de derecha o de izquierda, y están así enfrentados al eterno dilema de parecerse a ellos para desactivarlos o combatirlos de verdad para derrotarlos con pedagogía democrática en el terreno de las ideas y los principios. El alivio de Bruselas por la derrota del candidato ultra a la presidencia de Austria no está justificado cuando casi la mitad del electorado (un 46%) votó al político xenófobo.

Por muchas razones, el hecho de que solo un Ejecutivo socialista, el de Malta (o dos, si se incluye a Portugal), gobierne en solitario en la Unión Europea no es responsabilidad de la derecha, sino que se debe a la incapacidad de la socialdemocracia para plantear al electorado un proyecto autónomo, que no reproduzca las políticas neoliberales como si fueran inevitables, mantenga un Estado del bienestar con prestaciones dignas y sepa proteger a los ciudadanos golpeados por una globalización incontrolada.