Los primeros filósofos -les cuento a mis alumnos-eran vagos (preferían el ocio al negocio), subversivos (en lugar de rezar en el templo discutían en las plazas) y un tanto apátridas: vagaban siempre de aquí para allá, fuera de los márgenes de las murallas (y de las creencias comunes); de ahí su extravagancia, su marginalidad, su impertinencia sin fronteras. De tipos así te podías esperar cualquier cosa. También de mi, según algunos, se puede esperar cualquier cosa. Y mira que estoy muy lejos de parecerme (salvo en dedicarme, como ellos, al ocio y la discusión) a esos sabios filósofos.

Un amigo se sorprendía -por ejemplo- de que, siendo yo de izquierdas, no apoyara el derecho de autodeterminación de los pueblos. ¿Pero cómo iba a hacerlo? -le respondí-. ¿Qué tipo de entidad es ‘un pueblo’ para contar con derechos? Y si acaso contara con ellos, ¿todo pueblo merecería igualmente ‘autodeterminarse’: también los que restringen -por ejemplo- los derechos de las mujeres, o los que alegan motivos bíblicos -como Israel, ese pueblo (elegido) que proponía Artur Mas como modelo para Cataluña-? ¿Por qué no? ¿Es algo menos ajeno a la legitimidad y la justicia un hecho histórico que una creencia religiosa? ¿Merece, en cualquier caso, ningún individuo, pueblo o nación apropiarse en exclusiva de la tierra y la riqueza que por contingencias originarias varias (casi siempre relacionadas con el robo y la violencia) posee? ¿Se puede ser de izquierdas y asentir a todo esto? Como ven, pura impertinencia.

Otros colegas se sorprenden de que no reconozca los agravios hacia el pueblo catalán. Pero yo no conozco otro lugar de Europa con la autonomía política de la que goza Cataluña, ni cuando he estado allí he visto que nadie les impida cultivar y exhibir su lengua y costumbres. Más que ser una colonia de España, ha sido la rica burguesía catalana la que ha ‘colonizado’ la península, comprándole mano de obra barata y vendiéndole sus manufacturas. Amén de que, por oportunismo político, los gobiernos españoles han satisfecho con creces las demandas inagotables del nacionalismo catalán (¡Que cree de veras que Cataluña merece más -competencias, dinero, poder- que el resto de las comunidades!).

Pero cuando más me acuerdo de los filósofos antiguos es cuando se aduce el derecho a decidir y la presunta legitimidad natural de todo referéndum. Ya los griegos sabían -aun lo rudimentario de sus democracias- que la voluntad del pueblo tiene unos límites que no se pueden traspasar sin poner en peligro la propia democracia. Estos límites, sean formales (ciertos procedimientos) o materiales (los DD.HH., los principios constitucionales), se pueden, desde luego, cuestionar y transformar, pero para ello hemos de colocarnos fuera de la simple voluntad popular, en aquello que fundamenta su legitimidad: en la esfera de las razones.

Alguien me decía que lo que legitimaba la ruptura del gobierno catalán con los procedimientos legales y la Constitución era la voluntad de los catalanes. Pero la sola voluntad, por mayoritaria que sea, no funda la justicia. La voluntad o el sentimiento solo son justos cuando están legitimados por la razón. Sin razones la emoción es fanatismo y la voluntad pura fuerza, simple voluntad de poder.

Sócrates (otro de esos extravagantes filósofos que enseño en clase) desobedecía a conciencia la ley -con todas sus consecuencias- cuando era expresión de la arbitrariedad de un tirano, y la obedecía a rajatabla -pese a costarle la vida- cuando era la ley de todos. En el Critón de Platón, Sócrates, pese a haber sido condenado a muerte sin motivo, y aún pudiendo escapar con facilidad, no encuentra razones para desobedecer la ley. Es más racional -piensa- dejarse matar, siendo ya viejo (y sospechando la futilidad de la muerte), que poner en peligro la autoridad de la ley que, mal que bien, nos protege a todos de la arbitrariedad de los tiranos y de la voluntad de los que no tienen más razón que la de ser más (es decir, ninguna). Ya me gustaría a mi ver estos días a Sócrates decir cosas como estas en las ramblas. ¿Cómo acabaría la cosa? ¿Habrán pasado en vano estos 2.500 años?.