En este presente gelatinoso en que nos ha tocado vivir, la realidad supera, frecuentemente, a la ficción. Y, aunque se supone que esto ha ocurrido siempre, las situaciones son tan surrealistas que ni la más imaginativa mente, del más inspirado guionista, podría haber llegado a crear una trama que superase lo que la propia realidad nos brinda últimamente. En este sentido, no está de más apuntar que el terreno político siempre ha sido muy fértil en eso de la siembra de ideas peregrinas, por aquello de que la clase política tiene que inventarse excusas para justificar la razón de su existencia. Pero, con la llegada de la ‘nueva política’, y la perversión de lo estándares de la corrección política, hemos alcanzado un punto en el que no queda por menos que cuestionarse la salud mental de ciertos dirigentes públicos. La conformación del nuevo gobierno, con los nombramientos en los segundos y terceros escalones del poder, ya nos está brindado gloriosos momentos en ese sentido. Y, ojo, que uno no tiene intención alguna de censurar el modo de pensar o actuar de cada cual. Porque algunos sí creemos, de verdad, en la libertad del individuo para hacer con su vida lo que le dé la real gana, siempre y cuando no aplaste la libertad del otro ni atente contra lo recogido en el ordenamiento jurídico. Pero, precisamente por nuestro respeto reverencial a la libertad individual, nos sentimos agredidos cuando tratan de imponernos determinadas maneras de proceder, en el ámbito público o privado, o cuando pretenden hacernos comulgar con preceptos ideológicos a través de los que procuran someternos a la última patochada totalitaria que se le haya ocurrido a cualquiera que cabalgue sobre lomos de un coche oficial. Porque, aunque parezca mentira, ya hay gente, con mando en plaza, que se arroga el derecho a decirnos con qué prendas hemos de vestir, con qué frecuencia debemos asearnos, en qué medios hemos de desplazarnos, los alimentos que pueden formar parte de nuestra dieta, y hasta cómo hemos de vivir la sexualidad. Y qué quieren que les diga, que, cuando compruebo que hay miembros en el gobierno que abogan poco menos que por penetrar hasta las alcobas para teledirigir nuestras relaciones íntimas, solo puedo pensar en que la realidad discurre por meandros que acabarán por convertir la distopía de Orwell en un cuento infantil. *Diplomado en Magisterio.