TNto es por inclinarnos al humor negro, pero ese televisor que ha estado funcionando dos años ininterrumpidos, en casa de esa británica fallecida, es un triunfo tecnológico, y me extraña que sus fabricantes no hayan aprovechado la ocasión para airear la bondad de su producto, o que los avispados publicitarios no nos ofrecieran un aparato para toda la vida o, al menos, hasta que la muerte del propietario nos separara del televisor.

A medida que fabricamos objetos más perfectos y sofisticados, la sociedad se puebla de ciudadanos más introspectivos y desdeñosos de lo que ocurre a su alrededor. No hace mucho, en una autopista estadounidense, un hombre fue arrollado por un automóvil y, a continuación, pasaron una decena vehículos sobre su cuerpo, sin que el bulto evidente bajo la luz de los faros, ese inquietante bote del coche cuando pasa sobre el cuerpo de un perro muerto, les atormentara la conciencia.

A los vecinos de la mujer fallecida tampoco les intranquilizó que la correspondencia se agolpara en su buzón, ni se les ocurrió interesarse por un asunto que no les concernía. En realidad, la situación podría haberse prolongado otro año más, sin que el televisor dejara de funcionar, ni los vecinos tuvieran la menor preocupación. Al final, el fallecimiento fue descubierto cuando un empleado trató de inquirir sobre la falta de pago del alquiler durante dos años. Nuestra vida puede no merecer ninguna atención de vecinos, familiares y parientes, pero es respetada porque consumimos y pagamos lo que consumimos, mientras nos queda aliento. No nos engañemos. Valemos algo porque tenemos un voto y pagamos impuestos. Administrativamente somos interesantes. En otros aspectos conviene no exigir demasiado para no caer en la melancolía. Y el televisor venga a emitir, ajeno a que en la casa sólo hubiera un cadáver, metáfora lúcida de la televisión contemporánea y de nuestra contemporánea solidaridad.

*Periodista