Nada mejor que un viaje al Africa subsahariana siguiendo el arco del Níger, desde Nigeria hasta Mali, para comprender la relación entre desarrollo, demografía e inmigración y la diversidad del continente africano.

La anglófona Nigeria es la gran potencia regional que promueve la integración del Africa oriental, pero afronta graves tensiones. Gracias a su petróleo, es uno de los países potencialmente más ricos. Pero el 70% de los 130 millones de nigerianos viven con menos de 1 dólar/día. Durante 30 años de dictadura militar, la riqueza petrolera ha sido como una maldición que ha desbaratado las estructuras económicas y generado corrupción y desigualdad.

El francófono Mali es uno de los países más pequeños de Africa (11 millones de habitantes) y el tercero más pobre del mundo. El 70% de la población es analfabeta. Depende críticamente de productos agrícolas, muy afectados por las políticas proteccionistas, de la ayuda externa y de las remesas de sus 4 millones de emigrantes.

Esa Africa real, excluida de la globalización pero deseada por sus riquezas minerales, no es un continente a la deriva, ni una reserva folklórica, ni está en otro planeta cuya evolución no nos afecte. Se enfrenta a tres grandes desafíos: la lucha contra la pobreza, evitar el asistencialismo y construir sistemas de gobierno democrático. Uno de los Objetivos del Milenio era reducir la pobreza a la mitad en 2015. Digo bien era , porque según el PNUD, al ritmo actual Africa no alcanzará esos objetivos antes de ¡140 años! A pesar de las ayudas, cada 30 segundos muere un niño africano de malaria. Es un tsunami silencioso que el calentamiento climático podría agravar al extender el endemismo de ésta y otras enfermedades. Recorriendo el arco del Níger resulta evidente que la lucha contra la pobreza es la mejor respuesta a desafíos colectivos como la paz, la seguridad, las migraciones y la protección del medio ambiente. Pero es necesario que esa lucha sea eficaz, para lo cual hay que acabar primero con la corrupción.

La Unión Africana considera que la corrupción le cuesta al continente el 25% de su PIB. En Nigeria estiman que el 90% de los 400.000 millones de dólares obtenidos del petróleo han desaparecido o se han malgastado. La corrupción tiene un efecto devastador en la eficacia de las ayudas al desarrollo. Si persiste esa lacra nunca llegaremos a erradicar la pobreza, por muchos esfuerzos que dediquemos a la cooperación.

XLA UEx aporta más de la mitad de la ayuda mundial al desarrollo, la mitad de la cual se dirige al Africa subsahariana. Pero son como gotas en el océano. Podemos y debemos hacer más. Alcanzar, como nos hemos propuesto, el 0,56% del PIB para ayuda al desarrollo en el 2010 y el 0,7% en el 2015. También debemos y podemos hacerlo mejor. En muchos países receptores las ayudas no llegan siempre a quienes más las necesitan. Muchos donantes tranquilizan su conciencia liberando fondos sin preocuparse demasiado por la poca o mucha eficacia con que se empleen. Y China no se propone someter la ayuda que promete a ninguna clase de condicionalidad.

Hay que exigir transparencia y responsabilidad compartida para evitar que las ayudas caigan demasiadas veces en un agujero, o en un bolsillo, o en un bolsillo agujereado. Condicionar pero no abandonar. Combatir los efectos perversos de la ayuda al desarrollo, que adormece a unos y crea buena conciencia en otros, que a veces empobrece y mantiene una forma de dependencia postcolonial. Para ello, necesitamos estrategias más coherentes y acciones menos dispersas. Un ministro ghanés decía tener que atender a más de 400 donantes. Demasiados actores para demasiados pocos medios. En el 2005 hubo gestos relevantes, como el aumento de los esfuerzos del G-8 e importantes anulaciones de deuda externa. La UE adoptó una estrategia de desarrollo para Africa basada en el principio de apropiación local para que el destino de las ayudas se determine junto con los destinatarios y ponerlas más directamente a disposición de los sistemas locales de ejecución.

Los conflictos que han asolado con frecuencia Africa disminuyen. Hace 10 años, 30 países los sufrían. Hoy, a pesar del drama de Darfur, sólo son 6, gracias a fuerzas de mantenimiento de la paz africanas y a los esfuerzos diplomáticos de algunos de sus líderes, en particular los presidentes de Mali y Nigeria. Pero muchos africanos tienen que buscar futuro fuera de sus países. La emigración es una necesidad, como lo fue para los europeos del siglo XIX. Visto desde el arco del Níger, se comprende que el Eldorado europeo haga soñar a muchos africanos que emprenden una aventura, a veces de años, en la que arriesgan sus vidas pagando sumas colosales a los traficantes de seres humanos. El volumen de negocios de estos nuevos negreros es ya equivalente al de los traficantes de droga.

Si tuviésemos una política europea de inmigración legal y si no existiera una oferta de trabajo ilegal en Europa, los candidatos a la inmigración clandestina serían menos numerosos. Europa envejece y necesita emigrantes para salvar su bache demográfico. Africa es joven y necesita recursos y mercados. Canalizar la emigración y ayudar al desarrollo local son las dos caras del gran reto de nuestro tiempo que debemos afrontar juntos.

*Presidente del Parlamento Europeo