TMtanda el sentido común que cualquier renovación sólo puede articularse prescindiendo de aquellos elementos que deben ser sustituidos. Un partido puede renovar sus ideas, sus equipos o ambas cosas. Felipe González impuso el abandono del marxismo para dar un impulso modernizador al PSOE sin tocar sus cuadros. La renovación que impulsa Rajoy ha comenzado por las personas y aún no sabemos si afectará a las ideas o, al menos, a los discursos.

Quienes --no ahora, sino desde hace tiempo-- venimos defendiendo que el PP necesitaba un cambio profundo que comenzase por aquellos que han encarnado una oposición turbia y censurada en las urnas, no podemos sino alegrarnos del abandono de la primera línea política de personas como Eduardo Zaplana y Angel Acebes . La normalidad de su salida choca, sin embargo, con la anormalidad con que se ha escenificado. Ambos se han apresurado a anunciar una renuncia absurda, porque tanto la portavocía de Eduardo Zaplana como la secretaría general de Angel Acebes tenían asegurada fecha de caducidad. Parece evidente que ambos han preferido acelerar los tiempos que tanto le gusta dilatar al líder popular y han lanzado su no cuenten conmigo antes de recibir la carta agradeciendo los servicios prestados. Quizás se han inmolado por la causa, pero han preferido escenificar el portazo, lo que no deja en buen lugar a su jefe.

Por lo demás, la normalidad de la salida de Acebes y Zaplana deja cada vez más en evidencia la anormalidad que supone reformar la pirámide sin tocar la cúspide, que el jefe del doble desastre electoral sea capaz de conducir al partido a la victoria prescindiendo de sus escuderos pero manteniendo el mando, como si las causas de la derrota fueran cosa de otros. Es posible que bajo la apariencia de la autosucesión, Rajoy esté planificando una sucesión ordenada a medio plazo, para que las costuras del partido no se rasguen más de lo debido. Pero este hombre que siempre se ha presentado ante los españoles como una persona "normal y previsible" no ha logrado en los dos últimos meses ni recomponer la normalidad en el partido ni que la opinión pública y las bases, cuadros y electores de su partido logren adivinar lo que prevé para el futuro del PP. Y la incertidumbre suele ser la peor de las recetas para salir de las crisis.