Por primera vez en la historia estamos asistiendo a una propagación exponencial del coronavirus, desde su aparición en Wuham (China), tanto en número de contagios como en la rapidez para su expansión geográfica, nunca se había alcanzado el 99% del territorio planetario ni había llegado a tantos países en apenas tres meses.

Ahora bien, desde una óptica sociológica es interesante analizar las respuestas que se están dando al combate de la infección viral, en diferentes partes del mundo.

Hasta ahora se ha optado por tres modelos:

1) Priorizar la salud por encima de otras consideraciones, que podríamos denominar el «humanitario», basado en la solidaridad intergeneracional, que a su vez se sustenta en una apuesta por superar, si fuere necesario, la capacidad de los sistemas sanitarios (por cierto, al borde del colapso). Es la opción de países como Italia, España, Francia o Portugal, aunque tarde, han optado por el confinamiento duro, con la pretensión de contener la trasmisión de la enfermedad y primar vidas. Claro que esto tendrá un impacto brutal sobre la economía de estos países al paralizarse todas las actividades, salvo las esenciales, sin saber además cuánto tiempo va a durar esta situación de estado de alarma.

2) Elegir un sistema funcional y utilitarista, con la puesta en marcha de aquellas estrategias de contención y «distancia social», prohibiendo las concentraciones humanas (cierre de colegios, universidades, espectáculos deportivos y culturales, restaurantes y cafeterías) pero sin frenar totalmente la economía, casos de Reino Unido, Holanda, Alemania, Bélgica o países nórdicos. Ello implica que los ancianos o personas jóvenes pluripatológicas o vulnerables, no van a tener prioridad hospitalaria para evitar saturaciones. Consiguientemente, entienden que estos costes son inasumibles a fin de mantener su estado de bienestar.

Ambos enfoques marcan las dos Europas: -la del Sur, de cultura católica y preocupada por la atención al prójimo; -la del Norte, con una ética protestante de raíz luterana, más individualista y productivista, incluso en momentos de calamidad social.

3) Adoptar medidas muy livianas, basadas en la higiene, porque conciben que las decisiones drásticas de «emergencia sanitaria» en zonas donde los sistemas de sociosanitarios son insuficientes o no están accesibles a toda la población pueden ser contraproducentes. Además si cortan las fuentes de retroalimentación económica el efecto puede ser a medio plazo mucho más dramático para la propia salud, o sea el remedio más dañino que el propio virus, debido a la dificultad de confinar a gente sin recursos y/o pertenecientes a la economía informal, que «vive del día a día». Esta opción, con ciertos matices, es la adoptada hasta el momento por USA, México y Brasil. Que además juegan con la ventaja de una población joven poco proclive a los efectos de este contagio. En los casos de los países emergentes en economía y, a su vez, muy poblados, como México (130 millones) y Brasil (210 millones), con un 35% de «actividad informal», cuyos bajos ingresos y la necesidad de «vivir el día a día» con el objetivo de ganar para alimentarse, es imposible encerrar a sus poblaciones. Por ende, aunque pueda parecer duro decirlo, es una alternativa «ganadora» en esos contextos.

Asimismo, el resto de América y todo África se puede incluir, con ligeras diferencias, en este tercer grupo dado que no tienen suficientes recursos para contrarrestar un desastre epidemiológico, al que además están más acostumbrados por padecer de forma persistente dolencias que en los países ricos no se dan (sarampión, malaria, paludismo, dengue o fiebre amarilla) y sus sistemas sanitarios frágiles o nulos no pueden afrontar este desafío que va a exceder a la capacidad terapéutica de sus servicios de salud. Por suerte, su población menor de 50 años supone el 95% del total, lo que implica que la afectación del coronavirus será reducida.

En definitiva, todas estas iniciativas son muy respetables y cuyos aciertos o resultados veremos en poco tiempo. Lo que queda claro que vamos a retroceder varios años en nuestros niveles de vida. Esta pandemia está consiguiendo paralizar y/o ralentizar los avances en muchos países, con grandes destrozos sobre el tejido productivo y el empleo. Las consecuencias en Europa y Japón, con un estado de bienestar más asentado, van a ser devastadoras, con efectos demoledores sobre los autónomos y pymes, sobre todo. Evidentemente, que por extrapolación se verán las administraciones públicas, con la reducción del personal contratado y descenso del salario a los funcionarios. Tampoco se librarán los pensionistas, que verán reducirse notoriamente sus prestaciones sociales y económicas.

Esperemos que la situación se controle o corrija con urgencia, hasta que aparezca la vacuna o medicamentos efectivos, porque si el estado de alarma se prolonga en el tiempo podemos derivar hacia escenarios tan imprevisibles como indeseables de conflictos sociales, máxime con el grado de crispación que la sociedad padece por la polarización ideológica. Confiemos en doblegar al «bicho».

*Profesor universitario.