Ya hemos matado a Sadam y, pese a ello, nos seguimos creyendo superiores culturalmente. Lo que durante años hemos denunciado de la dictadura irakí, a sangre fría lo repetimos para dejar claro nuestra superioridad occidental.

Parece que no aprendemos de la Historia. El asesinato de un líder, aunque fuera un terrible dictador, siempre ha provocado el surgimiento de nuevos asesinos con bombas para vengar la horca. Europa aprendió y rechazó la pena de muerte, por tratarse de terrorismo de Estado. Aprendimos que ninguna ley tiene potestad para quitar la vida a ningún ciudadano, por muchos crímenes que hubiera cometido.

Sadam murió sin ser juzgado por las matanzas de kurdos de Al Anfal y de Barazani, ni por la invasión de Kuwait, ni por sus bombas de gas mostaza sobre la población kurda y chií. No pudo pagar sus penas, porque un jurado irakí amparado en las leyes islámicas del país y con el beneplácito de un texano lo decidieron.

Ahora, instaurada una débil democracia, la guerra civil se avista en cualquier mercado de Bagdad. Parece paradójico, pero el líder de la revolución laica en el mundo árabe ha muerto en la horca occidental. Hemos matado a uno de los mayores asesinos del siglo XX, pero seguimos sin exportar al mundo islámico los valores de libertad e igualdad que inventamos en la Ilustración y que tan buenos frutos han dado a Europa. Llevemos a Irak la paz y la libertad ideológica y religiosa, pero no sembremos Oriente Medio de horcas.

César Rina Simón **

Cáceres