Decía don Antonio Machado en su libro 'Campos de Castilla': "Son de abril las aguas mil./Sopla el viento achubascado,/y entre nublado y nublado /hay trozos de cielo añil". Y peor aun matiza el refranero: "el invierno no ha pasado mientras abril no es terminado", y es que el cuarto mes del año, que tradicionalmente tiene fama de revoltoso, inestable, informal y traicionero, se ha colado en nuestras vidas desde hace dos días, precedido de un mes de marzo que nos ha dejado aguas abundantes, y lo ha hecho en nuestra región sin causar graves daños a pesar de las copiosas lluvias. Ya sé que el célebre dicho de "nunca llueve a gusto de todos" es una realidad, que cuesta poco descubrir en cualquiera de las improvisadas tertulias que escuchamos en la cola de la carne o del pescado, o en el corto tiempo que transcurre mientras subimos o bajamos en el ascensor.

Hay otras muchas noticias que no son tan comunes y que se han producido tras las benéficas lluvias, no hablaré del llenado de los embalses, que ya se encargan de recordarnos cada vez que nos dicen el nivel de nuestras cuencas, sí lo haré de que gracias a las últimas lluvias, por ejemplo el río Guadiana ha vuelto a resurgir, después de más de cuarenta años, en los llamados Ojos del Guadiana. Los que estudiamos en la Escuela Nacional Catolicista aprendíamos de memoria los ríos de la península e ignorábamos dónde nacían el Almonte o el Ardila, por poner dos ejemplos de ríos extremeños de una importancia ecológica internacional más que sobresaliente, y que seguro que más de uno aun ignora.

Años más tarde descubrimos que el Miño ya no nace en Fuente Miña, sino en Pedregal de Irimia, de la Sierra de Meira, y que el Guadiana no aparece y desaparece convertido en un río subterráneo sino en el célebre acuífero 23, que se hiciera famoso por culpa de la sobreexplotación que llevó a poner en serio peligro las Tablas de Daimiel.

He recorrido en las últimas semanas el río Guadiana desde las castellanas Lagunas de Ruidera, con sus colores azul y esmeralda, las Tablas de Daimiel, el precioso Guadiana Medio, y parajes desconocidos como las apretadas Hoces del Guadiana, en la comarca de los Montes Castellano-Extremeños. Gracias a la vivificante agua, estos lugares han vuelto a recuperar la belleza de antaño y han contribuido a llenar los embalses del Guadiana, a brindar cobijo a la fauna que dio nombre a nuestro río Anas, "río de patos", y a alimentar acuíferos subterráneos que, como esponjas, almacenan el agua que a veces dejan escapar en fuentes y manantiales.

XHE VISTOx cómo algunos trampales han recuperado su vitalidad, y esperemos que en poco tiempo las especies que en ellos habitaban vuelvan a aparecer. Me refiero a algunas de las joyas de nuestras especies botánicas: plantas carnívoras, como la Drosera rotundifolia o atrapamoscas, y la Pinguicola lusitanica que viven en ellos y que habían desaparecido o se encontraban languideciendo ante la falta de agua. Los trampales son zonas de afloramiento de agua en mitad de las laderas que crean zonas pantanosas, donde si el ganado penetra puede quedar atrapado, caer en la trampa, razón última de su nombre.

Los suelos lavados pierden parte de sus sales minerales, lo que provoca que las plantas que en ellas viven (carnívoras) necesiten suplir la falta de nutrientes, como el nitrógeno, con pequeños insectos que atrapan. Trampales y turberas que en los últimos años han sufrido la tremenda sequía que tan fácilmente hemos olvidado. Lugares como el Trampal de Puerto Lobo, en la Reserva de Cíjara, o las Turberas del Hospital del Obispo, en el Geoparque de Villuercas Ibores Jara, volverán a recuperar su vitalidad y a aumentar la ya extraordinaria riqueza de los parajes en los que se encuentran.

He tratado de justificar que las interminables lluvias pueden se sumamente beneficiosas para nuestra tierra, si alguien tiene poca paciencia que se prepare, ya que termino como empecé, con refranes: Agua en abril, granos mil; En abril cada gota vale por mil.