Rabia, o coraje por emplear una palabra más suave, o ambas cosas a la vez, es lo que he sentido al ver el viaje inaugural del AVE entre Barcelona y Figueres que en primavera llegará hasta París. Rabia y coraje no en el sentido ruin de los términos, no por lo que ellos han logrado, sino por lo que nosotros no lograremos. Es cierto que el proyecto de enlazar Barcelona con Europa por ancho internacional viene de lejos, unas dos décadas antes de que Extremadura planteara la conexión por Alta Velocidad con Lisboa, pero ellos lo han conseguido mientras nuestro proyecto (aprobado, reaprobado, bendecido, modificado y ralentizado) está adormecido, mantenido con las pulsaciones justas para que no muera durante la hibernación del largo invierno económico. Me da rabia, y coraje, que en los años en que se vivió una productiva primavera, en que a uno y otro lado de la frontera llegaban fondos desde una Europa expansiva y en crecimiento, no supiéramos forzar el brazo de los que tomaban las decisiones, de quienes tenían en sus manos impulsar decididamente, vía presupuestos, la marcha del proyecto.

Creímos que teníamos todo el tiempo, que los vientos seguirían siendo suaves y los campos verdes, y se nos colaron. Dejamos que, por motivos de intereses políticos que no de armonización en el desarrollo de los territorios, otros avanzaran primero, y el tiempo pasó y los vientos arreciaron, y la fuerte ventisca dejó yerma la tierra. Lo que antes era verde y húmedo ahora es pardo y seco. No pudimos, no supimos, o no quisimos, ponernos en nuestro sitio y, sencillamente, otros se pusieron en el nuestro y tienen ya sus trenes circulando en trayectos sin viajeros y carentes de todo sentido. Lógico era el enlace de Barcelona con Francia y es bueno que el proyecto esté casi concluido, pero también es lógico el de Extremadura con Portugal y está sumido, me da rabia y coraje, en ese sopor en el que se adormecen los justos.