Lo ocurrido en ARCO la semana pasada es total y absolutamente inadmisible, y debería suponer un antes y un después en el amparo de la libertad de expresión en España, uno de esos valores que deben ser defendidos con total radicalidad. Sin matices.

La retirada de la obra de Santiago Sierra ‘Presos políticos’, un conjunto de retratos fotográficos pixelados de lo que el artista considera presos políticos en la España contemporánea, delata un conjunto de disfunciones políticas y sociales que debería suponer para todos los demócratas una honda preocupación.

La primera disfunción es que, por primera vez en las 37 ediciones de la feria de arte contemporáneo más importante de España, una obra era retirada por el supuesto revuelo que estaba ocasionando o podía ocasionar. Es una evidente limitación a la libertad de expresión sin denuncia previa, es decir, no porque el ejercicio de esa libertad de expresión se encuentre cuestionado por los límites constitucionales, sino porque una persona o una entidad decide arbitrariamente limitarla.

La segunda disfunción es que ARCO es un evento organizado por IFEMA (Institución Ferial de Madrid), que es una entidad participada en un 62% por dinero público: 31% de la Comunidad de Madrid y 31% del Ayuntamiento de Madrid. Es decir, que el ataque a la libertad de expresión, en este caso, viene directamente de los poderes que están constitucionalmente obligados a protegerla.

La tercera disfunción es que la galerista que presentaba la obra en ARCO, Helga de Alvear, no solo no ha puesto el grito en el cielo, sino que hizo todo lo posible para quitar hierro al asunto. Es más, el comunicado oficial de IFEMA decía que se «había solicitado» a la galerista la retirada de la obra y que se había «accedido» a «la petición». Helga de Alvear es una de las galeristas con más fuerza de España, y su negativa o su oposición habrían sido determinantes para evitar la retirada de la obra. Es muy difícil de comprender que desde el corazón del mundo de la cultura no exista una virulenta rebelión ante hechos como este.

La cuarta disfunción es que los partidos políticos (todos) no salieran de inmediato a exigir la devolución de la obra a su sitio original, y la asunción de responsabilidades. A un silencio inicial excesivamente largo, se unieron después declaraciones equívocas en algunos casos y demasiado tibias en otros.

La quinta disfunción es que, una vez reconocido el error por parte de quienes tomaron la decisión, no ha habido ninguna asunción de responsabilidades —como suele ser habitual en España— ni, lo que es más grave, se ha restituido la exposición de la obra.

Resumiendo: un organismo financiado mayoritariamente con dinero público organiza una feria de arte, retira una de las obras de la exposición por su contenido político, la galerista lo acepta, los partidos políticos solo lo critican cuando se ven desbordados por el revuelo mediático, los responsables de la decisión reconocen que ha sido un error, la obra no se devuelve a su sitio original y no se producen ceses o dimisiones. Aquí no ha pasado nada.

La libertad de expresión en España vive su peor momento desde el franquismo. Y, lo que es más preocupante, esto sucede con el aliento de los poderes públicos, la connivencia de una buena parte del sector cultural y, desde luego, la casi total pasividad de la ciudadanía.

Por mi relación profesional con el cine, acostumbro a ver un número importante de películas, y a revisar periódicamente algunos filmes clásicos. Y cada vez me resulta más inquietante encontrar planos o escenas de películas de décadas anteriores que serían inconcebibles en el cine de hoy, a causa de la autocensura o de otros tipos de censura. La alianza entre lo políticamente correcto y un moralismo de nuevo cuño está siendo fatal para la construcción de una nueva sociedad con bases sanas.

Vivimos momentos que nos retrotraen a otras épocas. Todos los logros en materia de derechos y libertades están en entredicho, cuando no son directamente atacados. La ola neoconservadora que comenzó a asolar el mundo en la década de los setenta del siglo pasado ha alcanzado casi todos sus objetivos. Y no parece preocuparnos demasiado.