Es nuestro pequeño país del suroeste, en su mayor parte, una tierra de suaves contrastes. Tanto en orografía como en clima y su historia no abundan los grandes y espectaculares hitos de otras latitudes. Aquí no encontraremos grandes felinos, ni cataratas que asombren, escarpadas paredes que escalar o profundas simas por las que descalabrarse. Su fauna, políticos y cortijeros aparte, no es peligrosa. Su flora es recia; su suelo, pobre. El visitante deberá ir provisto de sosiego y armarse de lo que más le falta: paciencia. Desde su objetivo enfocará un paisaje que requiere contemplación silenciosa, hermanarse con un asombro que va calando como la fina lluvia y deja un poso amable y cálido en la experiencia. Como la Sierra de San Pedro. Sus dehesas son el vivo ejemplo del más rico patrimonio de este país de millón y pico de conciencias tranquilas. Tenemos un excedente de belleza en sus pendientes y las márgenes de sus riveras. Sin embargo, parece que este inmenso resort tenga las horas contadas. Son muchas y variadas las amenazas que desde siempre han rondado por sus lindes. ¿Será la sostenibilidad una de ellas?

Ahora le toca el turno a sus herbívoros residentes: el ganado de cuatro patas. Han saltado todas las alarmas. Nos hemos preocupado tanto de hacerles la vida más fácil a estos cuadrúpedos --para obtener el mayor rendimiento posible con su carne y sus astas-- que, como si fueran empleados públicos, han proliferado en demasía, y hacinados como están terminan contagiándose y extendiendo una enfermedad producida por una bacteria bacilífera y vacilona. ¿Será porque no matamos bastantes, como hicimos con alimañas tales como el lobo o el oso y hacemos con el hurón, la jineta o el zorro, o porque los confinamos en cercados para que los aventureros de salón les disparen sin apenas moverse de sus puestos? ¿Es la tuberculosis de los cérvidos o más bien la mixomatosis de los hombres la que ciega a los gestores de esa belleza? El mal no es la tuberculosis. El mal es la ignorancia, la desidia y sobre todo, la codicia; el cicatero interés del ganado más selecto de la dehesa: los pobres e infelices humanos.