Autor teatral

Me levanto dolorido, como este tiempo reumático y artrítico, que paga en mi cabeza sus remolinos de locura. Por una parte, me cisco en su veleidad climatológica, pero por la otra, agradezco este cebollón de sol, aire y lluvia y además, que me hace más sesudo y reconcentrado. Paradojas de mayo, para no quitarnos el sayo. Lo peor de todo es mantener la serenidad para que todo siga igual; para que la rutina sea la que te salve la razón; para que las horas ticteen la monotonía que te hace sentir vivo. No puedo olvidar hoy miércoles, cuando hilvano esta columna, que mañana jueves --cuando se podrá leer-- celebramos el día del trabajo, en una fatiga de verbenas, porque manifestaciones como las de antaño, ya quedan pocas. Y como una amenaza redoblan en mis meninges terribles despropósitos que hicieron que el mundo se convirtiera en una suerte de oferta y demanda de trabajo y Seguridad Social: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Y se quedó tan pancho, mientras la advertencia apocalíptica se hizo realidad. Claro que, ese Dios vengativo y malintencionado no sabe que perdió enteros entre los mortales, y en vez de Dios divino se convirtió en un empresario, disfrutando de placer ante los goterones sudorosos de sus hijos terrenales, que nunca fueron hechos a su imagen y semejanza. El sólo trabajó siete días, mientras nosotros hemos de cotizar muchos años para sobrevivir con una mierda de pensión y algún que otro viaje del Imserso.

Se mire por donde se mire, el trabajo no dignifica, sino que putea y sino, ahí tienen a sindicalistas encabronados y a obreros despedidos que exigen la cabeza de los patronos. Pero como hemos de festejar todo, todo, hacemos un alto en el camino y por hacer vítores, hasta el curro tiene su día de marcha y despendole. Hoy jueves será un día de banderitas, de reivindicaciones; de cañas a modo de domingo y parrilladas en los jardines de los adosados. A nadie le interesa ya una manifestación cuando todo el mundo guarda en su alma una tarjeta de crédito con la que sacudirse el olor sudoroso de proletario. Para reivindicaciones, las de antes, cuando Víctor Jara no era una momia y todos los rojos se disfrazaban de Amanda y los hombres barbudos y empanados no se tenían que maquillar de folklórica, porque casi todos lo eran. Pero el ordenador y las cadenas digitales de producción nos han cambiado el chip, y la Amanda y los Víctor salen impolutos de sus asépticas factorías, y los sobacos huelen a gloria porque se bañan eternamente, de desodorantes con olor a cocos y a limones naturales. He aguzado estos días los cinco sentidos para escuchar a alguien hablar de su asistencia a cualquier manifestación. Ni flores. Son buenas las autovías para cuatro días, que te ponen en un pispas en una playa arcana. O para escudriñar pájaros y arbustos desde el porche de cualquier cómoda casa rural. De todas formas para puntear una semana que tiene menos sudor, si es que alguna tiene mucho. No es que yo quiera volver a la revolución industrial, sino que digo todo esto para que el Dios vengativo y malintencionado que nos dejó tal eslogan, se equivocó de pé a pá . Algunos sudan su pan más que otros, pero todos, mucho menos que aquéllos, que empapaban la rancia camisa mientras segaban de sol a sol. Cosas de la vida y del progreso. Siempre nos quedarán los sindicatos para alegrarnos el día con sus banderitas y sus consignas. Animo.