Existe un dicho tan generalizado como probablemente incierto respecto a que la primera decisión que adoptan algunos políticos, una vez conquistado el poder, es la de subirse el sueldo, y que éste es el último en congelarse en caso de que sobrevenga el azote de una crisis económica. En legislaturas conflictivas y crispadas, el ciudadano constata que la única unanimidad posible entre partidos es aquella que se establece en torno a aspectos estrictamente pecuniarios.

Excepciones aparte, lo cierto es que la mayoría de los miembros de la clase dirigente gana más en el desempeño de sus cargos públicos que en sus anteriores profesiones, lo que pudiera llevarles a considerar la política, no como un servicio a la comunidad, sino como una forma de ganarse la vida, con la servidumbre que esto comporta, ya que cuentan con un poder adquisitivo muy superior al de la mayoría de los ciudadanos, además de no tener que soportar la dificultad añadida de ser rehenes de un cúmulo de circunstancias adversas.

En este marco de derechos adquiridos, resulta contradictoria la disfuncionalidad que existe entre responsabilidad y salario, dándose la paradoja de que algunos gerifaltes autonómicos tienen un sueldo superior al del propio presidente del Gobierno, o que presidentes como el extremeño ganen menos que algún alcalde de la comunidad, lo que no deja de ser una inexplicable incongruencia a la vista del grado de representatividad que cada uno ostenta.

XLOS POLITICOSx han tejido deliberadamente una maraña de aparente opacidad, rodeando sus asuntos económicos de un calculado y ambiguo hermetismo, como si el solo planteamiento de cuestiones como éstas supusiera invadir el ámbito de lo privado, como si el político sólo se debiera a asuntos de gran calado, no debiendo someterse a otra suerte de consideraciones, lo que lleva a que ignoremos aspectos tales como dietas, complementos o cualquier otro tipo de compensación retributiva. Cuando los ciudadanos, en un alarde de curiosidad, le preguntaron en un programa televisivo a Mariano Rajoy cuánto ganaba, éste les contestó con las sabias evasivas de un mago, como quien, por temor a caer en odiosas comparaciones, ha de ocultar un secreto inconfesable que pudiera dañar la credibilidad de su imagen en materia de solidaridad o de economía doméstica. Los honorarios abonados con cargo al erario público deberían figurar de forma explícita en los programas electorales, quedando así a las claras las secretas intenciones que mantienen los diferentes partidos a este respecto.

Sobre la honorabilidad de la clase política ha planeado siempre el fantasma de la duda, del recelo, de la suspicacia y de la corrupción, para evitar este tipo de despropósitos se ha planteado en repetidas ocasiones la posibilidad de que todo aquel que acceda a un cargo representativo haga previamente una declaración pública y notarial de sus bienes, para que se pueda constatar la progresividad que soporta su incremento patrimonial, en evitación de enriquecimientos repentinos, descontrolados e ilícitos. Este mismo periódico, haciéndose eco de una noticia aparecida en el diario económico Expansión , informó que Fernández Vara es el presidente autonómico que menos cobra, lo que equivale a decir que ha adaptado su salario a las posibilidades reales de la economía extremeña, y aunque a los ciudadanos lo que realmente les importa es la eficacia en la gestión, también están interesados en comprobar que la austeridad bien entendida empieza por uno mismo, y que desde donde mejor se ejemplifica es desde las altas esferas.

El ejercicio de la política requiere personas cualificadas y capaces que dediquen mucha horas al desempeño de sus funciones, aunque ello vaya en detrimento de aspectos vivenciales y relacionales, y del mismo modo que hay políticos a los que les resultaría muy difícil justificar el sueldo que cobran en virtud del trabajo que realizan, también los hay que para dedicarse a la política han tenido que renunciar a unas posiciones y a una suerte de interese particulares.

En los tiempos que corren nadie puede pretender de los políticos una dedicación altruista, vocacional o de entrega absoluta y desinteresada como la que se practicó en épocas pasadas, cuando el Gobierno revestía una menor complejidad y se administraba de forma simultánea con los quehaceres cotidianos, hoy las circunstancias son diferentes por lo que es justo que los próceres de la política estén adecuadamente remunerados, pero también sometidos al mismo tipo de control y a la misma transparencia que cualquier otro ciudadano.

En este mundo de cifras macroeconómicas, de récord, de rivalidades y de competitividad, es conveniente que cada sociedad tenga sus propios referentes, personas que dignifiquen los cargos, que se esfuercen por ocupar los primeros puestos en el ranking de la coherencia y la honestidad, aunque a la postre sean los últimos en el escalafón de la comparativa salarial.

*Profesor