Tuve un sueño. O algo parecido a un sueño. Ya saben, uno de esos momentos extraños en que no se está despierto ni dormido, se escucha de fondo el rumor de los informativos en televisión, y el calor del verano cae a plomo sobre el cansancio acumulado durante el día.

Recuerdo un espejo, la lectura de fragmentos aislados de obras literarias de temática estival, y el discurso político de un Secretario General del PSOE sin rostro y sin nombre, desconocido pero extrañamente cercano. Disculpen lo inconexo, pero ya saben cómo son los sueños:

«Buenos días. Esta rueda de prensa tiene un único objetivo. Vivimos en España una situación política muy complicada desde hace años, marcada por bloqueos institucionales, investiduras fallidas, mociones de censura, gobiernos inestables, legislaturas cortas y una pugna política enconada entre cada vez más partidos que ya ha llegado demasiado lejos. La ciudadanía salió masivamente a la calle el 15 de mayo de 2011 para exigir un cambio de ciclo político y estamos decepcionando entre todos ese legítimo anhelo social».

[«Cuando todos los actores están muertos no hay a quién echar la culpa», de ‘Sueño de una noche de verano’, William Shakespeare, 1595]

Continuaba el discurso: «No voy a andarme por las ramas. Quiero decir una sola cosa y decirla muy claramente: tenemos que ponernos de acuerdo. Estamos obligados a ponernos de acuerdo. No hablo de ponernos de acuerdo para un gobierno, o de ponernos de acuerdo los partidos afines. Hablo de ponernos de acuerdo entre todos».

[«Allí, en el sitio donde se encontraban dos países, donde chocaban dos ideologías políticas, Dik estaba físicamente más cerca del enemigo que ningún otro. Y sin embargo la frontera lo unía con el enemigo; los hombres del otro lado obedecían el mismo tipo de órdenes, padecían los mismos miedos, soportaban las mismas penurias (...)», de ‘Un verano infinito’, Christopher Priest, 1979]

Seguía así: «Hay muchos temas que merecen consenso de todos: educación, sanidad, investigación, ciencia, cultura, posiciones internacionales, reformas legales para reforzar la representatividad democrática. No son cosas de dos partidos ni de tres. Son de todos. ¿De verdad que alguien cree aceptable que franquistas y antifranquistas pudieran pactar la Transición y ahora sus nietos ni siquiera seamos capaces de sentarnos alrededor de una mesa? No nos podemos negar a hablar unos con otros. ¿Pero cómo es posible que un padre que vota VOX y un hijo que vota PSOE puedan comer en la misma mesa y sus representantes ni siquiera podamos sentarnos a hablar, aunque sea para constatar el desacuerdo?»

[«Os aseguro que el muro que separaba a sus padres está derribado», Shakespeare, 1595]

Y continuaba: «Mi propuesta es: los líderes de los principales partidos nacionales tenemos que encerrarnos en una habitación hasta que podamos salir y decirle a la ciudadanía que nos hemos puesto de acuerdo en algo».

[«En la segunda quincena de agosto empecé a recolectar las ciruelas. Eran muchas y carnosas, como le gustaban a mi madre. La casa tenía postigos verdes de nuevo y, en el lugar del manzano seco que yo había talado, crecía un árbol joven», de ‘El verano que mi madre tuvo los ojos verdes’, Tatiana ?îbuleac, 2019].

Terminaba el discurso: «Es perfectamente entendible que para la ciudadanía sea inadmisible que no podamos ponernos de acuerdo en nada excepto en subirnos los sueldos. Yo estoy dispuesto a hacer toda la autocrítica que sea necesaria, si eso sirve para que los demás hagan la suya. Pero hay que acabar con esta situación. Si alguno de nosotros, o todos nosotros, nos tenemos que ir a nuestras casas para que esto funcione, habrá que irse. Pero el país tiene que funcionar. Estamos obligados a ponernos de acuerdo. Tenemos que ofrecer a la ciudadanía de una vez por todas un mensaje de madurez política, de racionalidad, de estabilidad y de tranquilidad. Es todo lo que tenía que decir. Ahora son los demás partidos los que tienen que aceptar o rechazar esta propuesta. Estoy a su disposición para sus preguntas».

[«Se sentó, arropado por una salva de aplausos entusiastas. Hasta el criado sintético, sentado a la mesa con un traje poco ostentoso, aplaudió con fervor», de ‘Los superjuguetes duran todo el verano’, Brian Aldiss, 1969].