Hace tiempo ya, solía considerar una verdad incontestable que mi vida dependía del azúcar. Estaba decaída o sin ánimo, me zampaba una tableta de chocolate y era capaz de participar en Pasapalabra. Estaba irritable, colérica, impaciente, ceñuda, me pimplaba un par de churros recubiertos de esa materia blanca y deliciosa y ya estaba risueña y dulce como sus granitos.

Mitigada por la distancia, rememoro la angustia diaria en tiempos de Zapatero, cuando la crisis era negada y negada hasta que su grosera realidad se nos hizo a los ingenuos españoles que habíamos vivido en un prolongado goce consumista, ansia viva en forma de flagrante eliminación de pagas extraordinarias, recorte de salario y aumento de horas de trabajo. A diario se despeñaba la prima de riesgo, y en aquellos días aciagos cuyo mero recuerdo todavía hace que se me desprenda la boca del estómago en un vértigo repentino y desde el futuro de aquellos días negros que es el hoy de la relativa tranquilidad, me veo en esa suerte del túnel del tiempo eligiendo a diario entre el tipo y el humor y siempre a favor de este último. De modo que a cada mala noticia, a cada caída de banco, rescate o amenaza del mismo me atiborraba de las primeras gominolas a mi alcance. Tanto que un día la indigestión fue tal que desde entonces las aborrezco.

Luego con la edad y los análisis de sangre, una verdad aún más lacerante vino a mi encuentro. Cero azúcar y cero sal. Nada de comer de todo si bien con moderación, sino lista médica de vetos, pues ya las industrias alimentarias se encargan de añadirlas a todo lo que ingerimos. Que ni lo light es light, ni lo integral integral. Y para muestra aquella etiqueta de unas pipas sin sal en la que el primer ingrediente no era sino Sal, y con mayúscula.

La actualidad política se me antoja tan inquietante e impredecible como la economía de entonces. Y para colmo, me ha sido vedado mi antaño principal consuelo. Nada que ayude a mitigar la vergüenza y el bochorno que el humillante espectáculo catalán está deparando ¿Cómo sobrellevaré, querido lector, mi actual desasosiego?