Escritor

Pero con suerte. El suicida de ahora tampoco es como el de antes. El suicida era una persona seria que se suicidaba con los cinco sentidos. Después de la guerra civil del 36 se dispararon las cifras. La División Azul tuvo un banderín de enganche en Madrid, en que el suicida no sabía si ir al viaducto o alistarse. Muchos de ellos se apuntaron a la división para dar buena imagen. Después, el suicida tuvo una época oscura. Nadie se lo tomaba en serio. El suicida se suicidaba sobre todo en las tabernas. No era cuestión sólo de un día. En la taberna se suicidaban lentamente. En la esquina de la barra siempre había uno que no hablaba con nadie. Hablaba pero con él mismo. Era un diálogo cerrado sin salida. A veces, se asombraba en lo que tardaba en morirse. El vino de Cañamero te dejaba como tieso, pero no te morías y tenía que probar con otro. A veces le dabas pena al propio tabernero, que decía por lo bajo:

--He traído un matarratas cojonudo...

Y entonces ya no tenías salida. Pero así y todo, algunos aguantaban. Creo que como el hígado español, pese a quien pese, no se ha creado otro igual. Ahora el suicida ha cambiado el método. Tiene dos maneras: una, colocarse el chándal y cruzarse por todos los semáforos de Badajoz, que son infinitos. Ayer se me tiró uno en uno de los pasos de cebra de la plaza de la fuente que me dejó helado. Qué forma de arrojarse y qué arrojo. ¿Cuántos años le quedarían por pagar el piso...? Todavía no me explico cómo lo sorteé. Fue milagroso. Pues en Sinforiano, ni te cuento. Gran parte de los que votan a Celdrán en ese barrio, son todos suicidas en potencia. Aprovechando que no hay un solo semáforo, el suicida pasa, o suele pasar mirando al tendido. La ley se lo permite. No así al conductor, que tendrá que llevar además un chaleco reflectante. ¿Por qué no lo obligarán también con los peatones? Yo comprendo que protestarían como si ellos no tuvieran derecho a morir debajo de una rueda Pirelli. Pero lo que sí es cierto es que a los que no aspiramos ni a suicidar ni a suicidarnos, sería de tener en cuenta.

Hace pocos días uno se encaró conmigo:

--¡Tan lento no es posible!

Y después me insultó de muy mala manera.