Hay una acusación de la izquierda a la derecha que le ha rendido las mayores réditos electorales en virtud de la corrección política y de pensamiento. Cuando se pronuncia dicho anatema, dése por perdido el argumentario conservador o liberal, porque el socialdemócrata, si no convencido, está vencido de antemano. Ese reproche rentabilísimo es que, cuando llega al poder o para conseguirlo, la derecha siempre pretende imponer su propia moral sobre la moral de los demás. En realidad eso y sólo eso es lo que busca, por ejemplo, Casado, cuando defiende a la familia. A continuación, se titula de populismo de derechas y se destaca su parentesco con figuras vomitivas de la actualidad, por lo que cualquier españolito moderno, en la línea de lo correcto por encima de todo, se apresurará a repudiarlo.

Así que, cuando una persona amiga de la democracia, defensora de la igualdad de oportunidades, de sexo, religiones y razas, que opina que el mejor sistema para acceder al poder son las urnas y que debe gobernar, por ejemplo, el partido más votado, piensa que abortar es eliminar una vida o que la inmigración legal está muy bien e incluso puede salvar a España de la parálisis demográfica y de la ruina futura, pero que están muy requetemal los asaltos bestiales a la frontera, a fuerza de mierda, ácido y cal viva, y que esos salvajes deben ser tratados conforme a lo que demandan sus acciones delictivas, probablemente se abstendrá muy mucho de manifestarlo, por falta absoluta de ganas de complicarse la vida o de ser acusada de xenófoba y populista fascista. Así de larga y eficaz es la mano de los nuevos torquemadas periodísticos y televisivos en este verano de alevosía, purgas y hechos consumados.

Pues bien, esta independiente impertinente opina, y así lo declara, que ninguna superioridad de pensamiento ni de acción ni moral asiste a la izquierda y que los decretazos son tan repudiables en Sánchez como en Rajoy. Si cabe, más en el primero, que en tantas diatribas se deshizo contra ellos cuando estaba en la oposición.

*Profesora.