Desde la consolidación de nuestra democracia, con el primer traspaso de poder entre fuerzas de distinto signo, demasiados políticos e intelectuales de la izquierda española se han ido arrogando una superioridad moral, sobre la derecha sociológica, que no está sustentada en razones, sino en calculadas declaraciones de intenciones, en la vacuidad del postureo y en la propaganda más falsaria.

La realidad nos dicta que no se es mejor persona por el mero hecho de ser de izquierdas. Pero los gurús y prebostes de la progresía han conseguido hacer calar la idea de que tener unos valores superiores y ser de izquierdas son facetas que están indisolublemente unidas.

Mas no hace ni hace falta desmentir tal extremo, porque cualquier persona, que no viva obcecada en el más puro sectarismo, sabe que la ideología política no es un factor que condicione, indefectiblemente, la naturaleza del ser humano. Porque en todas partes hay gente con verdaderos valores humanos, que pretende, sinceramente, el bien del prójimo, independientemente de la fe política que profese o de cuáles crea que son los instrumentos más validos para promover el bienestar social.

Sí hay que precisar, sin embargo, que existe una significativa diferencia entre las personas ideológicamente alineadas con la izquierda y la derecha, y es que, mientras que unos defienden sus postulados con arrojo y resolución, la mayoría de los otros lo hace con timidez y retraimiento. Y, en este mismo sentido, cabe destacar que los conservadores, liberales y democristianos son menos propensos a definirse como tales, mientras que socialistas, comunistas y populistas suelen exhibir sus estandartes, credenciales y mantras sin reparo alguno.

El problema, por tanto, radica en que hasta que unos no dejen de arrogarse los valores de la verdad y bondad absolutas, y otros no comiencen a combatir ideológicamente, y sin complejo alguno, a sus adversarios políticos, no podremos hablar de un debate público normalizado, y verdaderamente democrático, en este país. *Diplomado en Magisterio