Escritor

La muerte de Ramón Serrano Suñer supone la desaparición del último protagonista de una época lejana de la vida española. Nacido hace más de cien años en una familia de clase media y, estudiante brillante, accedió muy joven a la élite de la administración como abogado del Estado. Cuñado del general Franco, alcanzó su madurez en los años 30. Aquéllos fueron malos tiempos para la democracia. Muchos cedieron ante la tentación totalitaria. Este fue el caso de Serrano. La amenaza fascista y el temor al comunismo desestabilizaron la política europea. La República española sufrió las consecuencias de este clima: una guerra civil acabó con ella.

Serrano fue una pieza esencial en la configuración del nuevo Estado surgido con la guerra y consolidado con la victoria. El decreto de unificación de todos los partidos que apoyaron la sublevación, la incipiente estructuración de la Administración y el control de los medios de comunicación y propaganda llevaron la impronta de su acción eficaz. Alcanzó el clímax de su influencia durante la segunda guerra mundial, pero la previsión del desenlace de ésta por Franco precipitó su caída. Tenía 42 años. Ha sobrevivido 60. Desde entonces, aplicó con éxito su notable talento a los negocios. También utilizó su habilidad dialéctica para justificar su trayectoria. Intentó contraponer su actuación --acentuando su carácter político-- frente a la de Franco --insistiendo en su apelación exclusiva a la fuerza--. Las cosas nunca son tan simples. Todos los actores de aquel drama fueron corresponsables, en distintos grados, de lo que pasó. No es tiempo, por tanto, de silencio ni de olvido. Es hora de revisión rigurosa del pasado. Hay que recuperar la historia.