TStsupongamos que llega a Cáceres, sin avisar, una comisión para evaluar las condiciones de la ciudad de cara al nombramiento de capital europea de la cultura. Su atención no sería atraída por las lucecitas de sus calles, la escasez de agua de sus fuentes, las aceras desdentadas, los parterres sin plantas, ni siquiera por el aire de ciudad cerrada que se trabaja a diario. Seguramente la comisión quedaría aturdida ante la pared, la esquina, la puerta, la acera, el banco, la papelera o el contenedor pintarrajeado.

Aquí no hay superficie capaz de un espray que no haya sido recubierta de grafitis, conformando un espectral paño urbano de suciedad, que cuando arrecia y se centra en algunos edificios, como ocurre en la calle de Reyes Huertas, convierte a los mismos en retablos de mugre y abandono.

Abstraída en descifrar tanto mensaje grafitero, la hipotética comisión caería, como le sucede a diario a cualquier ciudadano cacereño, en la universal cagada de perro, el otro gran elemento decorativo de la ciudad postulante, con el que tampoco pueden nuestros ediles. Los comisionados abandonarían la ciudad sacudiéndose los zapatos y sin volver la vista atrás. Casi mejor, dejarse de suposiciones.

*Licenciado en Filología