Hace hoy 20 años, el régimen racista de Suráfrica adoptaba una de aquellas medidas que debe ocupar un lugar privilegiado en el gran libro de la historia. El presidente Frederik de Klerk liberaba a Nelson Mandela, que había pasado 37 años en la cárcel, y legalizaba su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA). Iniciaba así un modélico proceso de transición de un régimen segregacionista inicuo que sometía y humillaba a la población negra hacia una verdadera democracia que tuvo su confirmación cuatro años después, cuando las primeras elecciones multirraciales y multipartidistas dieron la victoria al CNA, y Mandela, con su proverbial sabiduría, formó un Gobierno de unidad nacional. Hoy, la democracia surafricana tiene que hacer frente a varios problemas. Pese a tener la economía más potente de Africa, ha recibido los golpes de la recesión, mitigada solo en parte por el auge de la construcción con motivo del Mundial. En el terreno social, la mayoría de la población negra sigue viviendo en la pobreza, y las protestas, a veces violentas, se suceden con alarmante regularidad. También es ya endémica la delincuencia, mientras el sida causa estragos. La corrupción, muy extendida y excesivamente tolerada, es la nueva lacra que empaña la joven democracia surafricana.