La República de Suráfrica no ha dejado de crecer como nación desde que Nelson Mandela abrió la reja de su celda en 1994 para enfilar el sendero hacia el palacio presidencial. Con todas las dificultades políticas que se quieran enumerar, con un difícil y delicado equilibrio político, con el riesgo de fractura social que asoma de vez en cuando en los guetos de las grandes ciudades, y a pesar de que la figura totémica de Madiba, como es conocido Mandela entre los suyos, fue sucedida por un presidente tan improbable y controvertido como Jacob Zuma, Suráfrica descorrió ayer el telón del Mundial de fútbol convertida en la nación africana más próspera y con el futuro menos incierto. Cabría hablar, incluso, de milagro surafricano porque así habría de calificar el hecho cierto y terrenal de que, superando enormes dificultades y agravios históricos, la comunidad negra ha hecho prevalecer el sentido común por encima de las tentaciones sectarias a las que le impelían la radical injusticia del ´apartheid´.

Pero nada ha sido casual en este proceso, y Suráfrica es hoy el espejo en el que se miran la inmensa mayoría de las naciones africanas, muchas de ellas desgarradas por las guerras de clanes, las rivalidades raciales y la manipulación de las grandes potencias. De ahí que sea tan importante para todo el continente el éxito del Mundial que con tan buenos augurios empezó ayer, porque conferirá a Suráfrica un certificado de proyección universal que puede inducir a otras sociedades a seguir el mismo camino. Y, al mismo tiempo, confirmará la condición del país organizador de potencia regional emergente con un peso cada vez mayor.

Nunca antes un Estado africano ha acogido un acontecimiento internacional de las dimensiones de un Mundial de fútbol. Es más, durante decenios se dio por supuesto que al sur del Mediterráneo no disponían de los mimbres necesarios para organizar una gran competición, y aún hoy es probablemente mayoritaria la idea de que los riesgos son mayores que los potenciales beneficios. Pero las expectativas creadas por los organizadores del Mundial de Suráfrica pueden ayudar a cambiar esta percepción si finalmente son capaces de sobreponer la imagen del espectáculo y la fiesta futbolística a la de la sensación de inseguridad que se ha extendido en los días previos merced a algunos casos --ojalá sean aislados-- de asaltos y atracos a extranjeros.

Suráfrica ya conoció el poder de transformación social del deporte con el Mundial de rugby de 1995. En aquella ocasión fue la mayoría negra la que se acercó al deporte preferido de la minoría blanca; hoy puede ser Africa entera la que se sienta representada en el desarrollo del campeonato más universal del deporte más universal. Puede ser la continuación de aquel ´Invictus´ que con tanta generosidad humana y astucia política gestionó Nelson Mandela.