No tengo el gusto de conocer al señor Corbacho , y hasta es posible que, hasta hace poco, en un interrogatorio de urgencia, no recordara que era ministro de Trabajo, pero me llama la atención que ante su anuncio de cerrar las contrataciones de inmigrantes en origen haya sido capaz de poner de acuerdo a Comisiones Obreras, UGT y Partido Popular. Demasiadas cuerdas heterogéneas como para que ese violín suene afinado, y una de tres: o se equivocan los sindicatos, o se equivoca el Partido Popular o es que ha acertado el ministro.

Si son ciertas las críticas de sindicatos y populares, lo que hay que hacer es, pese a que ya hemos sobrepasado los dos millones y medio de parados, seguir contratando mano de obra fuera. ¿Se asombraría alguien si los sindicatos y la oposición pusieran el grito en el cielo al anunciar el ministro que pese a que vamos camino del 12% de parados seguirá contratando mano de obra extranjera, caiga quien caiga?

Comprendo que los sindicatos atraviesan una situación difícil. Ni pueden garantizar los puestos de trabajo, ni pueden asegurar a los que los conserven su poder adquisitivo. En esas circunstancias estar arrinconado es malo, porque la gente se preguntará para qué sirven los sindicatos, pero acusar al ministro de echarle la culpa a la emigración por una medida que parece sensata resulta algo hiperbólico.

Algunos empresarios también critican al ministro, porque dicen que quién va a recoger las cosechas. O sea, que somos una sociedad que tiene a dos millones y medio de personas sin trabajar, gran parte de ellos cobrando el subsidio de desempleo, y tenemos que pagar mano de obra extranjera para hacer la vendimia. De no ser cierto parecería surrealista. Es como si en una gran familia hubiera que recortar gastos, al quedar sin trabajo muchos de sus miembros, y se pusieran casi todos como hienas por despedir a la empleada doméstica.