Historiador

De vez en cuando salta a los medios de comunicación nacionales el caso de la inmigración en Talayuela. Este núcleo extremeño tiene una población inmigrante que supera el 40% de sus habitantes totales, y son más de veinte las nacionalidades de procedencia de la misma.

Con estos porcentajes y mezclas, no hay población española que se le iguale, y pocas en Europa lo hacen, a pesar de la tradición migratoria de zonas industriales de Francia, Alemania y Suiza. Y no igualándola, aquellos que casi se aproximan a la mitad, tienen unos problemas de convivencia que les supera por completo, y saltan además de continuo, escándalos de explotación laboral y hacinamiento humano que sobrecogen a cualquiera.

Así, Talayuela destaca no sólo por la masiva presencia de extranjeros, sino por algo insólito en las migraciones laborales: la integración, la consonancia, la buena convivencia y el bienestar de que gozan los que han elegido este destino como lugar para cumplir sus sueños.

Es una satisfacción que nosotros, los extremeños, tengamos este "buque insignia" del modelo digno en cuanto al trato a los emigrantes. Modelo que todos alaban no sólo en el trato laboral y el asentamiento familiar en viviendas decentes, sino en la integración educativa, en el intercambio cultural, en los matrimonios mixtos que tan corrientes son allí. Es, realmente, un orgullo para esta tierra de emigrantes, poder acoger ahora como a nosotros nos hubiera gustado ser acogidos. Nosotros, que en los años sesenta y primeros setenta del siglo anterior nos desangramos, perdiendo más del 40% de nuestra población, sabemos muy bien lo que es la soledad, la incomprensión y la explotación. Y no podemos hacer como los antiguos emigrantes de Almería, que hoy sangran a sus empleados extranjeros en los terribles cultivos bajo plástico de sus campos. El ejemplo de Talayuela ha de ser nuestra bandera, y el orgullo que podemos exhibir.