Catedrático de la Uex

Desde esta misma tribuna, tiempo atrás, pedía sosiego y calma ante la burla hecha por dos diputados socialistas electos a la Asamblea de Madrid, Eduardo Tamayo y M. Teresa Sáez. Desde entonces, hasta hoy, han pasado los días. Juguemos a la ficción y a la ironía con ambos diputados, con los del otro lado, y con alguien para quien el principio de la legalidad debe ser el único norte.

Puestos a ello: ¿Se puede aceptar que, por faltar a una votación, los dos diputados vean sus libertades tan conculcadas como para que se produzca el abandono de su vida pública? ¿Se puede aceptar que sus especiales dedicaciones al ejercicio de actividades de tan alto valor social, se vean cuestionadas por un mandato imperativo? ¿Es que no tiene valor su preparación, llena de esfuerzos altruistas, que desemboca en una madurez puesta al servicio de la sociedad, sin al corsé de un partido? ¿Cómo pueden someterse a duda sus condiciones para desempeñar una función electa y representativa de la más noble tradición democrática? ¿Es que el nuevo siglo va a traer consigo una mutación tal de la dignidad de las personas como para ser motivo de escarnio público? Pobres diputados.

Mientras tanto, el Partido Popular, con la solidaridad por bandera, pidiendo insistentemente que no se investigue la trama de Madrid, para que sus oponentes políticos no se vean más salpicados por los negros intereses y oscuras personas que se esconden detrás de ellos. Movidos por un desprendimiento muy loable, nos repiten en los medios que es un problema interno de un partido, por un lado, y que no se debe conocer nada más, por otro. ¿Por qué será?

Y la guinda: el fiscal general, Cardenal vetando la investigación y pretendiendo cerrar la presunta trama de corrupción sin que se haya abierto siquiera. Esperpéntica independencia.

Con todo, ¿son de pura ficción algunos escalofríos? Aquéllos, cuyos nombres empiezan a ir de boca en boca en ese mundillo, parecen mirar con nerviosismo alrededor. Imagínenselos, a unos y otros, llenos de estupor, balbuceando y temiendo un desierto también para ellos. Eso sí que no. No puede ser cierto, no cabe tan mala imaginación. Ni alegorías, ni intenciones supuestas. Encontrándose algunos, como se encuentran, en el seno de una organizada orquesta, y en pleno disfrute de las mieles que presagian unas nuevas elecciones, ¿puede alguien pensar que algo así tenga que ver con ellos? ¡Cuánto sinsabor¡ Incluso habrá quien les diga que eso les pasa por ser tan solidarios y por apenarse tanto con los errores de sus adversarios.

Era una ficción. Pero el sueño se despierta: a lo lejos, aunque cada vez más cerca, una nube invasora crece, se agiganta. Un joven, dos y tres, cientos de ellos, miles de personas; gentes, de cualquier edad, sencillamente gentes, sin más condición. Y entre ellas, ella, pequeña, libre, sencilla: la transparencia. Vencedora, que lo será, de una batalla en toda regla. Tiempo al tiempo. Mientras tanto, tranquilidad. Pero huele a que los ciudadanos quieren la verdad, caiga quien caiga. Todos saldremos ganando, y en primer lugar la clase política. Brillarán más las funciones públicas y la libertad.