Humano, demasiado humano, que decía el filósofo. Pues sí, con sentimientos, emociones, frustraciones, miedos y dolores. Hace ya algunas semanas que me vengo encontrando con ustedes en esta página, y aunque siempre las letras tienen la inevitable carga de interioridad de quien las escribe y, sin duda, posteriormente de quien las lee, en base a la recomendación que me hace mi psicólogo (que aún no tengo y por eso me dice que haga esto) debo abrirme más a los demás, y exteriorizar explícitamente también los pozos oscuros, los fantasmas que en las noches de insomnio me atrapan y me balancean por los rincones. Esta semana estoy roto y triste, la pesadumbre y la desazón han llenado los días y la nieve nunca ha sido más negra. Ya está, lo dije. Según el experto exponer los malestares, no sólo físicos sino del alma, produce una especie de liberación, no elimina el problema pero lo relativiza, lo aleja en el horizonte y permite verlo desde otra perspectiva, casi siempre menos pesada que si estuvieran mirados sólo desde dentro y hacia dentro. No sé si me sentiré mejor a partir de ahora, pero por lo menos tengo la sensación de sinceridad y honestidad con lo que me rodea, que no es poco. No somos perfectos, y menos mal, si no qué aburrimiento. La cuestión es que todos, el que más y el que menos, pasa por nubarrones, se choca contra sus paredes y lleva al límite el límite de sus límites. Pero señores, hay una buena noticia, todo se pasa. Y si contándolo y abriéndonos conseguimos que este paso por el túnel sea menos oscuro, eso que ganamos. Animo, adelante, salgan a las calles y griten sus miedos y problemas, compartamos también las heridas, pues somos humanos, demasiado humanos, y nadie está libre de pecado. Eso sí, no perdamos el sol de vista, que en cualquier momento nos asaltará por las esquinas.