Autor teatral

La esquela de la muerte que me acompaña, todavía me mata un poco más. Si los poemas están hechos de jade, la cuerda que los engasta está liada de mierda. Cisma, desencuentros para aquéllos que ponen en su voz la hermosa palabra que se espera. J. R. Jiménez estaba cuerdo de egoísmo y comprendió a las olas con "el mar, la mar". Vanidades de plumas que se inventan un Olimpo, que sólo está en nuestra autocomplacencia. Me duele que mis poetas --unos sí, otros no-- se rajen en metáforas penosas para imaginar una gloria que siempre estará de más. Porque estaremos muertos. Y fiambres. El colectivo de poetas Alcandoria se lame las heridas --supuestas o no-- de que Daniel Casado ha arañado y es entonces cuando el verso se convierte en diarrea y la rima en una cagalera consonante o asonante. Yo soy y tú eres, pero al final muertos. Ojalá no se disputen vuestras hermosas palabras: dentro de 100 años todos calvos. Jamás hubiera pensado que mi esquela mortuoria la llevaría en el bolsillo y tanto. Que me miro en el espejo para probar mi finiquitud, pero la imagen que me devuelve es de una madurez explosiva (con perdón para algunos). Sin embargo, la esquela de mi presente y futuro me amenaza en un recuadro negro, al que sólo le falta el RIP. Fiambre y mierda me siento cuando leo en mi paquete de tabaco que dejo un reguero de muerte de los que están a mi alrededor. Y lo peor es que ni siquiera me importa, cuando la maldita esquela me amenaza con dejar a mis espermatozoides como agua mineral de los Riscos. Esa es la vida que nos espera a los nicotinados: la cruz y la muerte a cuesta, mientras nos volvemos más fiambres.

Ni compasión tienen los que te pintan un pulmón seco, como se exhibe un Velázquez. No hay que mirarlo todo negro, que quien lleva su esquela en un bolsillo es más sabio, porque se sabe mortal. A partir de ahora, los que nos quieren más muertos, pondrán en nuestras manos una campanilla para avisar de nuestra llegada. Se romperán filas y los puros de pulmón se apartarán a nuestro paso, porque llevamos en nuestra aura el vicio y la peste. Nos merecemos esta necrológica, porque jamás y voluntariamente despreciamos un parche de nicotina. Lloro por los niños que mi esperma de humo no supo suponer. Y por los asesinatos con mal sabor de boca y alevosía que no pude frenar. Compañeros muertos y mutilados; mi familia exterminada por un loco pulmón en un recuadro de cajetilla. Embarazadas soberbias que aminoran la raza, sufrimientos cardiovasculares que le cuestan un riñón a la Seguridad Social. Y mientras, echo un humo de poeta como si fuera un ripio. Ya se sabe, si no lo han adivinado, que cargo con mi muerto, que soy yo. Me sacan las pelas y me muestran el polvo. Desgraciadamente, en el que nos convertiremos. ¡Fuego, por favor!