Como recordarán, en las dos últimas semanas, he compartido con ustedes algunas reflexiones acerca de la polémica generada en torno a la prescripción de tareas escolares. Si en anteriores columnas 'cargaba las tintas' a propósito de la incoherencia, irresponsabilidad y superficialidad de algunos padres y madres en lo referente a los deberes de sus hijos, y sobre el camino hacia el abismo emprendido por una sociedad que rechaza la bondad de valores clásicos (pero objetivamente positivos) como el esfuerzo, la paciencia o la perseverancia, esta semana quiero centrar la mirada en ciertos errores que, en mi opinión, se están cometiendo, también, en el ámbito profesional de la docencia a la hora de prescribir las tareas escolares. Intentaré, por tanto, con este tercer y último artículo sobre el tema, ofrecer una visión más completa y ecuánime sobre el debate. Pero que nadie me malinterprete. Porque creo, sincera y firmemente, que las tareas escolares son útiles, que suponen un ejercicio positivo y necesario en el desarrollo del proceso de enseñanza y aprendizaje, y que, mientras haya escuela, deberán existir actividades que contribuyan al afianzamiento de los conocimientos de carácter teórico o práctico que los profesores transmiten a sus alumnos en las aulas. Sé que hay aspectos de las programaciones didácticas que son imposibles de asimilar si no es mediante la practica. Y es conocido por todos que el horario escolar es limitado, por lo que esos ejercicios han de extenderse, indefectiblemente, al hogar. Pero, igual que afirmo lo anterior, quiero insistir en que no creo que haya que hacer deberes porque sí. Es decir, que si no existe un objetivo a alcanzar realizando la tarea, mejor que no se prescriba. Porque el tiempo de los adultos es valioso, pero el de los menores también, ya que tienen una capacidad de aprendizaje excelsa, que va perdiendo fuelle con el paso de los años. Y no es cuestión de desaprovechar su potencial con tareas inertes. Es importante, por tanto, que los deberes sean significativos, que persigan alcanzar la consecución de una serie de objetivos, y que cumplan propiedades como las de la proporcionalidad, la oportunidad y el interés. Para ello, y para evitar la acumulación de tareas, es fundamental la coordinación docente. Y si la coordinación es buena, estoy seguro de que los argumentos de aquellos que se manifiestan contra las tareas escolares quedarán definitivamente refutados.