Es una imagen mil veces vista: antes de una gran final, de un partido «a vida a muerte», desde la gloria de un título al averno de un descenso, los entrenadores encienden a sus huestes con la visión de vídeos motivacionales. Famosos son los inspirados en los nuevos «péplum», la modernización de las películas de romanos de toda la vida. «Gladiator», «300». La publicidad se retroalimenta del deporte, mandando eslóganes vitales de superación, apoyando la mística del triunfo sobre el sufrimiento. Vayan a un gimnasio justo en este momento (cualquiera que sea) y verán el verdadero «triunfo». En un retorcido giro, los mensajes deportivos --tan cercanos a las arengas militares y heridos por el lenguaje de la majestuosidad-- han entrado profusamente en el mundo corporativo, y es fácil ver a deportistas y «ex» dando charlas a empresas. Incluso, un nuevo negocio.

Es la tentación de simplificar, de acercar algo que nos gusta a entornos que nos resultan más áridos. La intelectualización del deporte, en especial del fútbol, fue tarea pendiente durante mucho tiempo. Pero sólo tienen que tirar de Google para comprobar que esos tiempos, ahora, quedan atrás. Han glosado y creado una épica propia alrededor del fútbol nombres como Camus, Bolaños, Hornby o Gramsci, Galeano. Churchill incluido. Definitivamente, el fútbol es vida. Es más: está muy presente en nuestra vida. Nos guste o no. Ejemplo rápido: mientras escribo estas líneas de fondo se siluetea, chillón, un Rusia-Arabia Saudí.

Y, aunque lo parezca, esto no va de fútbol. Tengan paciencia, o calma. Justo las virtudes que le faltaron a Rubiales en Krasnodar. Luis llegó, vio y destituyó. Y elevó a España a categoría de debate televisivo, sin cámaras. Si por cada 4 españoles, hay 5 seleccionadores, no hablemos nada de opinadores (me arriesgo, sí, a la calificación. Hemos venido a jugar). Las opiniones, colores varios, se han extendido por todos los medios. Si viéramos cuantos comentarios genera en este periódico la destitución de Lopetegui y comparásemos con la salida de Dimas Gimeno de la cabeza de El Corte Inglés, otro emblema nacional, veríamos el interés entre ambas.

Sin embargo, en esos grupos de amigos que todos tenemos en Whatsapp, o en otras redes sociales, ha proliferado la comparativa de la medida adoptada por Rubiales como un proceso propio de la empresa privada. García, sí, el mítico periodista, lanzó la similitud para apoyar la actuación del novísimo presidente federativo. García, que de tonto no tiene un pelo, sabía lo que hacía: al asimilar la decisión a un proceso corporativo le otorga un carácter más profesional, menos personal, y el marchamo de una decisión meditada. Además, seguro que García no ha sido lejano a la actuación de empresas similar a lo vivido en Krasnodar. Siendo ambas premisas ciertas, no significa que tenga razón. Porque de lo que hablamos aquí es de la toma de decisiones y cómo se forman.

Da cierta ternura cuando oyes comparar las economías familiares a las de un país. Como un relato entendible tiene un pase, pero el símil no resiste un análisis. En este caso, lo mismo podemos decir de la forma de actuar de Rubiales como directivo. La lesa traición, la indignidad, y todos los argumentos esgrimidos sin embargo no «miden» las consecuencias de la decisión.

Empresarialmente, el tiempo de una decisión se acerca al análisis de riesgo o daño de la misma. ¿Está España ahora peor que antes de la decisión? Indudablemente, sí, Descabeza a la persona que ha liderado el proyecto y sume al grupo en una incertidumbre que puede afectar al resultado cuando el proyecto entra en su fase clave.

¿Cabe la misma decisión posteriormente? Claro que sí. Orgullos aparte, la presunción de profesionalidad y una transición pactada comporta un menor riesgo desde el punto de vista corporativo. Por no hablar de que la comunicación hubiera tenido más variables y los tiempos hubieran estado en mano del decisor.

Pero ha pesado el factor humano. No se trata de negar su existencia ni de negarle todo valor, pero está conectado más a intuiciones que a datos. Y eso se aleja de una verdadera gestión. Yo le hubiera aconsejado a Rubiales que, en el camino del taxi (ficción literaria que me permito), hubiera respirado, consultado su decisión y puesta en la balanza más intereses que los que sus declaraciones dejan ver.

Eso sí, la jugada puede salir bien. Claro, porque el fútbol --en el lado del juego-- es deporte y no empresa. No retorzamos términos.

*Abogado. Especialista en finanzas.