WUw n año después de la puesta en marcha de la televisión digital terrestre (TDT) se puede decir que el balance no es positivo, sino todo lo contrario. Desde el punto de vista técnico, su desarrollo ha sido impecable. Pero lo que en realidad importa, el enriquecimiento de la oferta televisiva, ha sido nulo, por no decir nefasto. Aunque pueda sonar fuerte, lo cierto es que las cadenas que han desarrollado nuevos canales gracias a las facilidades de la TDT se han limitado a reproducir subproductos de su factoría principal, con el propósito claro e improductivo de ocupar un espacio para impedir la entrada de la competencia. Y, por su parte, las empresas que se han estrenado en este mundo a partir del nacimiento de la TDT han optado por productos baratos, sobre todo programas esotéricos, bien sea con la fórmula de echar las cartas a los telespectadores o con la de intoxicarles con una presentación torticera de los avatares políticos del país. Las dos opciones tienen varias cosas en común, aunque lo que más les une es que son low cost. Porque ese es el problema de fondo. El país se ha dotado de una televisión que puede llegar a todos los rincones, con mucha calidad técnica y de una elaboración industrial poco costosa en relación a lo que son los costes tradicionales de TV. Sin embargo, la escasa imaginación de las empresas que están en este negocio es ostensible. Reproducen lo ya visto, reciclan. Y encima algunos teóricos dicen que la solución está en crear la TDT de suscripción, la premium, como si no tuviéramos la experiencia fallida de los canales de pago.