Dramaturgo

La familia teatral, que anda más revuelta que nunca, y no por las gilipolleces que ha escrito María Luisa Merlo en sus memorias (¡lo que tienen que hacer algunas excelentes actrices cuando sólo hay papeles para jovencitas plastificadas!) celebra hoy, 27 de marzo, su Día Mundial del Teatro. Hablar a estas alturas de un mensaje que firma Tankred Dorst, dramaturgo alemán, reivindicando el teatro como lugar donde confluye lo mejor de la creatividad humana, sería poco bagaje dado el gran mensaje que la profesión está lanzando contra la guerra. Hace más de dos mil años los actores, actrices y dramaturgos clásicos ya se enfrentaban a los poderosos generales griegos, a los políticos partidarios de las guerras, a los negociantes que encontraban en ellas caldo de cultivo para sus ganancias y a los ciudadanos de buena o mala voluntad que creían en los discursos patrióticos, en los alegatos sobre el progreso que florecía en la punta de las lanzas y en la necesidad de quemarle las tierras al enemigo para que creciera sobre las cenizas la cosecha de la reconstrucción.

Los soldados actuales leen muy poco a los clásicos (y no leen teatro, como casi todo el mundo) y algunos de ellos, los que hacen la guerra con gafas de concha y desde despachos ovales o sin óvulos, se creen que somos tontos y no hemos visto a Tamarit esconder la paloma (él no ha escondido la de la paz). El tal Rramflert , que por lo visto es de lo más malo, aparece junto a Sadam en un palacio que ahora ha bombardeado, vendiéndole armas y porquerías masivas para que acabara con Irán. Si lo hubiera escrito Darío Fo o Aristófanes, ya hubiera salido algún ministro tipo Palacio o Acebes diciendo que son insidias clásicas.