Escritor

Llegada esta época las plumas más emocionadas se conmueven para tratar de magnificar lo que llamamos teatro, que es algo de lo que hablan la mayoría con amplio desconocimiento del tema, y me refiero claro está a los periodistas que se ocupan de las gacetillas y tienen que llenar algunas páginas durante unos días. A veces también sale algún sesudo estudio o crítica, donde se especula entre el bien y el mal para salir indemne de la cuestión que es muy espinosa. Con la versión de ´Lisistrata´ de Carles Santo, el pobre del crítico se las ve y se las desea para no saber cómo decir que estamos ante un fracaso sonado por varias razones. El público se negó por completo a secundar el asesinato y no ´sacrilegio´ como un airado cristiano salió gritando del recinto, o rezongando, a los diez minutos de entrar. El desastre fue de tal envergadura que por supuesto nadie de los que estábamos allí, que no fueran los protagonistas, creían seriamente en lo que hacían, y pienso que ni ellos mismos, pero la juventud ya se sabe vive momentos de desesperación y son capaces de apuntarse a un fuego. O sea que la generosidad le sobra a la función así como el desconocimiento profundo de lo que es el teatro a su progenitor Santo, que debiera abandonar cualquier nueva tentativa y dedicarse con un perro callejero a tocar por las esquinas, siempre que no sea mala hora.

Es decir, que la llamada ´Lisistrata´ sólo es una manera de poner sobre una escena un conjunto de malas ideas donde ninguna lleva a ningún fin. Entre otras razones porque ya la obra original es pésima, pero eso sí con el hallazgo de la huelga de sexo en las mujeres, que después se vuelve contra ellas mismas curiosamente. Las escenas que se han dado en llamar obscenas están muy lejos de serlo. Son pésimas y horteras pero nunca obscenas, llevadas a cabo con unos torpes movimientos que nos alejan de cualquier intención erótica.

La música es además horrorosa. Creo que el señor Santo debe volver a reciclarse en alguna rondalla valenciana, antes de volver a maltratarnos con esta tan desagradable, y lejos muy lejos de cualquier modernidad, aunque lo parezca.

El público estuvo francamente bien, por primera vez en muchos años. Se negó a aceptar la liebre y el pastel, y se negó educadamente a aplaudir tan horrible fracaso. En el teatro hay que ser más humilde, y ponerse objetivos por delante alcanzables máxime en una obra que originalmente es muy mala, pero con una buena idea dentro.