WEw l pasado octubre, el presidente de la Junta inauguró el Instituto San Miguel de Plasencia, un centro pionero en nuestro país en nuevas tecnologías: cada alumno y profesor tendría, nada menos, que un portátil como herramienta educativa. La iniciativa fue vista con entusiasmo por los que ya se entusiasmaron cuando la Junta puso en práctica su política de un ordenador para dos alumnos, y con escepticismo por los que creen que esa decisión ha supuesto uno de los grandes fiascos de la educación en Extremadura, por cuanto se ha hecho una inversión millonaria cuyos resultados son proporcionalmente cuestionables.

En cualquier caso, el San Miguel de Plasencia fue vendido por el Gobierno autonómico como el primer peldaño de la próxima escalera de la dotación tecnológica de los centros, que es ir proporcionando paulatinamente de portátil a los estudiantes de Secundaria y Bachillerato. Apenas un mes después, la tecnología se arrice en el instituto: no hay calefacción, la luz que alimenta a los ordenadores es de obra porque todavía el centro no está recepcionado y el resultado entre los afectados es de fiasco.

Obviamente, es compatible tener calefacción con el uso y disfrute de un ordenador, pero las protestas por el frío que se pasa en las aulas de ese instituto casan mal con esa imagen de centros avanzados que se pretende dar, mucho menos si las carencias coinciden con el que se ha puesto como paradigma. Quienes creen que la Junta está construyendo la casa por el tejado con su política de computadoras, mientras no presta la debida atención a aspectos de la educación que pueden resultar más útiles en el proceso de aprendizaje tienen aquí un ejemplo del que echar mano.