Hubo un tiempo no tan lejano en el que las figuras más respetadas en los pueblos de nuestra Extremadura eran el cura, el maestro, el alcalde y el médico. Aunque no siempre en el mismo orden para todos, eran considerados verdaderos pilares de la comunidad y los vecinos acudían a ellos en momentos difíciles de su vida buscando apoyo y respuestas. Hoy, aunque nos creamos muy modernos, en medio de la mayor crisis sanitaria que ninguno hayamos conocido, la gente todavía intenta tirar de alguno de esos referentes para encontrar consuelo o respuestas. Lamentablemente, no todos están disponibles.

De esos grupos 'profesionales' sin duda los más necesarios ahora son los médicos de cabecera y, sin embargo, han cerrado sus puertas literalmente hablando, y sólo se puede contactar con ellos por teléfono. La trágica muerte por covid de Julia Rangel, una mujer de 47 años de Aceuchal sin patologías previas, debería servir para cuestionar muy seriamente el papel que la Atención Primaria está jugando en esta pandemia, porque claramente algo falla.

Sus familiares aseguran en una carta, que remitieron a la Consejería de Sanidad, que durante varios días estuvieron llamando para alertar del estado de la enferma y demandando una asistencia presencial, que nunca llegó. Cuando finalmente una ambulancia la trasladó al hospital Tierra de Barros de Almendralejo, nada se pudo hacer por salvar su vida.

Este triste y vergonzoso suceso pone en evidencia que el primer filtro sanitario, el más necesario para impedir que se colapsen los hospitales y el sistema, es incapaz de manejar la situación con los medios de los que dispone. Y que el tratamiento y diagnóstico vía telefónica no es ni mucho menos infalible. Porque es complicado, por no decir imposible, que sólo escuchando se pueda valorar cuál es el estado real de un paciente. Más, si tenemos en cuenta que el coronavirus ha demostrados ser un 'bicho' imprevisible y resistente, que parece comportarse de forma muy distinta, en cuanto a sintomatología y tratamiento, en diferentes personas.

La eficiencia de los centros de salud se encuentra así en entredicho y la coyuntura es terrible para todos. Para los médicos también, me imagino, porque digo yo que después de siete años mínimo de carrera y otros tantos de experiencia en muchos casos, lo último que uno espera es terminar trabajando de 'teleoperador', con todos mis respetos a estos últimos profesionales.

Los doctores de Primaria denuncian que están saturados física y psicológicamente y faltos de personal y de medios. La presión asistencial está por las nubes sólo con atender las PCR (pruebas de diagnóstico del coronavirus) y la gestión de recursos desde la Administración deja sin duda mucho que desear.

Porque es que además, no todo es covid en el universo de la sanidad aunque ahora mismo así lo parezca. Hay muchas personas con patologías crónicas que necesitan atención y otras con enfermedades graves, como el cáncer, que están desatendidas o no reciben diagnóstico y tratamiento a tiempo.

Y, por supuesto, está además el factor psicológico. Desconozco cuál es el origen real del término médico de cabecera, pero para mí significa literalmente eso, el experto que acude a la cabecera de tu cama cuando no te encuentras bien. Entiendo que a estas alturas es una idea ingenua y desfasada, pero sin duda es el trasfondo que sustenta la confianza ciega en el tratamiento más cercano y familiar, y ahora está en entredicho.

Sobra decir, pero es de ley decirlo también, que en algunos pueblos, mientras más pequeños más común, la historia es distinta. El compromiso y la entrega de los profesionales sanitarios con la comunidad sigue intacto y sus puertas nunca se han cerrado. Y sigue habiendo médicos y sobre todo enfermeras que atienden a quienes se acercan al centro de salud. Si es por cuestión de menos pacientes o de mejor disposición es digno de análisis.

Este virus maldito está poniendo contra las cuerdas muchos de los principios y cimientos básicos de nuestra sociedad. El sistema sanitario público y universal que tenemos en España era sin duda uno de los bastiones del desarrollo de nuestro país, la envidia de otros muchos pueblos de Europa. Que ahora la Atención Primaria, que es la base en la que se apoya todo, se esté resquebrajando es sólo el inicio de un final que asusta casi más que el covid. Reparar el daño a tiempo para recuperar el equilibrio y la confianza de la población es imperativo para que no se pierdan más vidas como la de Julia.