TLta televisión puede ser una caja tonta que atonte a las masas o una pantalla lista que ayude a una sociedad a evitar imperfecciones. Cada canal de televisión tiene programas útiles, ideados para entretener culturizando y educando; y emisiones vanas y vulgares que subliminalmente enganchan a muchos televidentes. No seré yo quien estigmatice la televisión, pero creo que tiene bastante culpa de que vayamos perdiendo el norte. Para ciertas cadenas vale todo con tal de llevarse tajada en lo que llamamos índice de audiencia. Los responsables de algunos programas se desentienden de códigos éticos o deontológicos y recurren a cualquier imagen o voz para alimentar su malsana emisión. Pongamos como ejemplo a personas que buscan sus minutos de gloria televisiva relatando en pantalla sus desavenencias con un vecino o que su pareja le ha puesto los cuernos. Deplorable. Sin embargo miles de ojos y oídos estarán atentos a la ventana luminiscente en ese momento morboso.

Da miedo comprobar que un desfile de personajes vacuos de liviana fama, que desvelan sin vergüenza su intimidad con pelos y señales, y hablan sobre asuntos banales con prosaico lenguaje, encandilan a un cuantioso número de ciudadanos. Habrá que pensar que en este país somos chismosos hasta más no poder y nos gusta saber lo que nada nos enseña. Ni que decir tiene que cada uno elige el canal que quiere ver y que la telebasura existe porque existen sus consumidores.

Cualquier día de la semana usted puede hacer un repaso haciendo zapping por sus cincuenta y tantos canales digitales, y enseguida dará con alguno de estos programas de entretenimiento . Quizá lo vea durante unos minutos y salga del canal escandalizado; o puede que se quede hasta que finalice el escándalo y vuelva al día siguiente para recibir otra dosis. Elegir la televisión que uno quiere ver y no la que alguien decida que ha de verse por precepto --como en viejos tiempos-- es un síntoma de salud democrática, pero algunos programas nos hacen pensar que nos falta salud mental.