Todo el mundo anda despistado, alguno incluso desnortado. De un tiempo a esta parte, cada vez que me topo con algún político o arrimado siempre me cae la misma pregunta: ¿Qué va a pasar en Extremadura en las próximas elecciones? No es que guarde en casa una bola de cristal, pero quien lanza la pregunta considera que si uno anda de acá para allá y habla con bandos diferentes, debe tener una visión más generalizada y real de las cosas. Ya se sabe que en los partidos políticos existe lo que se denomina pensamiento único, un mismo discurso con que el todos sus miembros se retroalimentan. Eso conlleva que la militancia tenga una imagen que, de paredes para afuera, se distorsiona. Hay que mantener al ejército propio en tensión, sobre todo ahora que restan 15 meses para los comicios, y eso lleva aparejado convencer a todos de que hay claras posibilidades de ganar. De lo contrario, mejor ni empezar la partida.

El hecho de que en nuestra Comunidad haya tanta gente que depende de lo público (en la Junta, las diputaciones, los ayuntamientos y todo lo que chorrea) hace que cuando se acerca la fecha de las urnas a muchos le tiemblen las piernas. Quieren saber desde ya si los próximos 4 años van a poder seguir viviendo de lo que lo hacen en la actualidad. Pues bien, para que se quede todo el mundo tranquilo: es imposible saberlo o tener un pronóstico certero hoy día.

Primero porque en política 15 meses es una eternidad, y segundo porque el hecho de que de dos actores, PSOE y PP, hayamos pasado a cuatro, con Podemos y Ciudadanos, hace que las variables sean tantas que resulta imposible acertar el resultado. Una encuesta hecha hoy vale para hoy mismo y si acaso el mes siguiente, pasado este tiempo ha caducado. Son imposibles las mayorías absolutas, eso queda claro del todo desde ya por aplicación de la ley D’hondt con tantos actores alcanzando el 5% de los votos; y vamos a gobiernos en minoría o de coalición. Vara o Monago será presidente, pero llevará aparejado una ardua negociación previa con quienes tengan la llave. Lo más lógico es que pueda gobernar quien gane las elecciones aunque sea por un voto, aunque no es descartable lo contrario si entran en la negociación otras cuestiones, por ejemplo los gobiernos de algunos ayuntamientos.

Con este pronóstico nadie anda tranquilo, máxime con un partido como Ciudadanos que no para de subir hasta en el punto de haber instalado en el imaginario colectivo que va a tener voz y voto en la próxima conformación del gobierno extremeño. Cuando eso se consigue se generan aún más apoyos. Está establecido que el votante de centro, ese que pone y quita gobiernos, resulta el más impulsivo de todos y también el que más reflexiona sobre el voto útil. Si ve que hay alternativa y que su papeleta puede tener peso específico en el resultado se tira de cabeza (es caso de Ciudadanos en Cataluña, que ha captado la mayor arte del voto constitucionalista). Si por el contrario observa que la alternativa no va a lograr nada con respeto al resultado final, asegura su papeleta y se vuelve a refugiar en los partidos tradicionales donde ha estado siempre.

La alta dependencia de Ciudadanos y Podemos de su imagen nacional les permite estar algo relajados en Extremadura, pero ya se sabe que si no se mueven y presentan candidaturas municipales en los 383 localidades que existen en la región (o por lo menos las más grandes) difícilmente van a lograr un buen resultado regional: 9 de cada 10 electores no cambian de papeleta en una y otra urna y en el ámbito rural este hecho se acentúa todavía más.

El hecho de que el PSOE y el PP gocen de una amplia estructura territorial les permite emprender unos comicios con mayor cota de seguridad. Sin embargo, uno y otro no las tienen todas consigo. El PSOE sigue sin encajar a nivel nacional con un Pedro Sánchez desaparecido en ocasiones o sin acierto en otras, pero el PP está aún peor con un Mariano Rajoy cuestionado debido a los diferentes casos de corrupción que están pasando por los juzgados. ¿Que esto no influye a la hora de votar? Anda que no. Una cosa es la militancia, que vota a unas siglas aunque sea tapándose con la otra mano la nariz y otra muy diferente la ciudadanía, la cual está esperando cada nueva cita para saldar cuentas y eso es incontrolable.