Podríamos decir que las autonomías son minipaíses dirigidas por minigobiernos que entre otras cosas sirven para demostrarnos que el PP y el PSOE yerran y aciertan de igual manera estén donde estén. Si uno de estos partidos tuviera el don del atino y el otro el del desatino, habría autonomías con economías boyantes, y sin embargo ninguna levanta cabeza ante la crisis, indistintamente del partido que las gobierne. Así pues, me veo obligado a pensar que la recuperación económica de las autonomías será directamente proporcional a la de España; y me veo obligado a presentir que las medidas drásticas e indeseadas que tome el PP cuando gobierne --algo que se prevé-- ahogarán ese discurso esperanzador y optimista que ahora trasmite.

Cualquier experto economista al que se pregunta reconoce que esta crisis durará bastantes años y que de momento se pueden tomar medidas paliativas, pero no resolutorias. O sea que, tras las próximas elecciones generales saldrá un gobierno que se comerá un buen marrón --permítanme esa jerga popular--, con tan oscura tonalidad como la que tiene ahora. Pero es más, el partido que forme gobierno se la juega a una carta en una partida en la que los faroles no servirán, porque el respetable pedirá soluciones sin palabras y no aceptará palabras para soluciones. El que suscribe intenta decir que el partido que gobierne durante los próximos cuatro años corre el riesgo de perder la credibilidad para los próximo veinticinco en el caso de que la economía no mejore considerablemente durante su legislatura; por lo tanto veo yo muy arriesgada esa ansiosa pretensión que el PSOE tiene de seguir gobernando y el PP de entrar a gobernar.

Eso sí, si la economía mejora en los próximos cinco años, el partido que gobierne habrá llenado sus arcas de tanta credibilidad y estima popular que tendrá garantizado muchos años de poder. Quizá por eso se arriesguen y quieran ganar las elecciones. O porque los políticos nunca juegan a perder.