Siete días después del inicio de las protestas en Egipto, sigue sin verse con claridad el desenlace de este desafío mayúsculo y popular al régimen de Hosni Mubarak. El nombramiento de un vicepresidente, por primera vez en 30 años, en la persona del exjefe de los servicios secretos Omar Suleiman, y de un nuevo primer ministro, Ahmed Shafiq, no es la solución que desean los egipcios, que siguen manifestándose en la calle pese al toque de queda y que para hoy han convocado una gran manifestación cuyas expectativas son desconocidas en esta parte del mundo, y al que han denominado "la marcha del millón de personas", una definición de reminiscencias liberadoras en la lucha por los derechos humanos.

Esa operación continuista de nombrar vicepresidente no representa ningún cambio democrático y, en el mejor de los casos, podría limitarse a allanar el camino a una posible salida de escena del rais y satisfacer al mismo tiempo a un Ejército que sigue disfrutando de prestigio entre la población y que ayer, nuevamente, ha hecho público su compromiso de no ir contra los manifestantes y de defender sus "legítimas" aspiraciones.

Por otra parte, la convergencia de la oposición en torno al premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei para que negocie una transición es un paso en la buena dirección, pero en Egipto hay mucho más en juego que un simple cambio de régimen. Y es que no se puede olvidar que es el país árabe más poblado (70 millones de habitantes), su peso e influencia política y diplomática en la zona --e incluso más allá de la zona-- está fuera de toda duda. La frontera que comparte con Israel y el acuerdo de paz que ambos países firmaron en 1978 convierten a Egipto en un interlocutor privilegiado de EEUU y en receptor de ayudas militares, cuyos mandos son asiduos a laS academias norteamericanas. El fantasma que ahora se alza ante la solución de la crisis egipcia es Irán. Una revuelta popular acabó con el régimen autocrático del sah Mohamed Reza Pahlevi. Siguió un Gobierno que introdujo reformas democráticas, pero fueron aprovechadas por el ayatolá Jomeini para instaurar una teocracia agresiva que, 32 años después, sigue firme. Un cambio de régimen en Egipto podría significar el fin del acuerdo de paz con Israel si este cambio fuera protagonizado por los Hermanos Musulmanes, la única oposición organizada que en el 2005 consiguió una quinta parte de los escaños en el Parlamento. EEUU, temeroso de perder su influencia menguante en la zona y sin poder perjudicar a Israel, mantiene una posición ambivalente. Mientras defiende los derechos de los egipcios, ni apoya ni rechaza a Mubarak. Le pide reformas al tiempo que reclama una transición ordenada que impida un peligroso vacío de poder. Mientras, el tsunami sigue avanzando.